En estos días se cumplirá un año de la muerte de Don Alberto López Poveda y quiero recordarlo en estas líneas, aunque la verdad es que en mi interior para mí sigue viviendo y he dicho bien, no es que esté vivo, no soy tan literal en estas cosas, es que sigue viviendo en todo lo que significó para Linares y para mí. Cuando vas al Museo o asistes a algún concierto en el mismo, que es su lugar, y no le ves, por un momento piensas que andará por alguna de sus salas explicando a los visitantes los pormenores de la vida de Andrés Segovia, que estará en su despacho haciendo anotaciones de sus investigaciones y apuntándolas con su lápiz fino y su letra pequeña, o que estará descansando en su casa mientras sabe que la vida sigue sostenida por su ejemplo. Duele no verle pero de alguna manera se tiene la sensación de que está.

La muerte es el peor trago por el que pasamos, es la desaparición de la presencia, de la palabra, del caminar conjuntamente. No es lo mismo, por supuesto, la muerte para la familia que tan cotidianamente lo comparte, pero para todo un pueblo que durante cien años ha estado siguiendo sus ilusiones, sus trabajos, sus luchas y sus logros, sigue permaneciendo vivo. Yo dije hace mucho tiempo, y por escrito siempre, que de toda su generación de grandes hombres y mujeres, muchos y muchas escritores, poetas, escultores, políticos, religiosos y de todas las disciplinas intelectuales, siempre sobresaldrían dos, el Padre Poveda y Don Alberto. Ese momento ha llegado porque son dos personas mantenidas por sus obras, unas obras tan concretas, directas e incardinadas en Linares que se han ganado no ser olvidados. “Por sus obras les conoceréis”, por el amor a su pueblo los conoceréis, por dejar apuntalados ejemplos de vida y de progreso para los suyos, les reconoceréis. Y yo no estoy porque se olviden y no se olvidarán si seguimos manteniendo su recuerdo y su paso, como hizo don Alberto con los suyos. Muchos los recordamos porque él los recordaba, porque continuamente los refería, porque pervivía como testigo de un surgir del Linares deslavazado que fue convirtiéndose en cohesionado por próceres como él, o como ellos, que procuraban mantener nuestra identidad y nuestro orgullo de linarenses. Esa fue la lucha por conservar la memoria de Andrés Segovia, Rafael Contreras, Jurado Morales, Víctor de los Ríos, Lolo, Antonia López Arista, Carlota Remfry y tantos otros a su alrededor. Unos años que deberían seguir sirviendo de ejemplo de cohesión a un pueblo que vive tiempos difíciles y al que amamos como ellos le amaban.
O así debería ser, Don Alberto, usted estaría muy preocupado si pudiera ver que la generación actual no sigue por los caminos de rigurosidad con la vida que pensaba. Los valores se van perdiendo, lo que hace un extremo de Linares no tiene que ver con lo que hace el otro, la parte cultural brilla bastante por su ausencia, la industrialización se ha acabado, el trabajo precario embrutece, la gente se preocupa más de la existencia que de la esencia y es normal porque no nos va bien como para no pensar, lo primero, en existir. Vamos al ralentí y noto que cuánto más se despuebla y más se empequeñece, más queremos a este trozo de tierra y de vida a la que pertenecemos.

Sé que pocos linarenses, sobre todo jóvenes, conocen su Museo. Y digo “su” porque para mí es suyo. Me quedé con las ganas de tener su autobiografía en la que también hubiéramos conocido a sus amigos, pero usted se dedicó sólo a uno, que para mí es la prueba mayor de generosidad. Usted desde la humildad se hizo grande. Usted añadió la grandeza humana y la inteligencia, que no todo el mundo la tuvo. Y seguramente, desde su dimensión, me oye, aunque no me pueda “protestar”, como hacía siempre. Y así seguíamos, siempre con una consideración hacia mí que no merecía. Le recuerdo y le agradezco su vida. No sé si estará en algún sitio, pero desde luego aquí sí.