¿Si una persona en posición de autoridad (un jefe) le ordenase a usted que administrara a un tercero una descarga eléctrica de 450 voltios, qué haría? Esta es la base de un experimento de Stanley Milgram (Universidad de Yale) en los años sesenta que demostró que lo que determina como actúa una persona no depende tanto del tipo de persona que se es como del tipo de situación a la que se somete.
Cuarenta estudiantes dirigidos por unos maestros de sala administraron, por instrucción de estos, altos voltajes eléctricos a unos sujetos, en la habitación de al lado, cuando no respondían correctamente a unas preguntas. En realidad, estos últimos eran actores que fingían sufrir los efectos de la electricidad; pero eso no lo sabían los estudiantes que antepusieron las órdenes de una autoridad al dolor que infligían.
En esa misma época, se juzgaba a Eichmann, un importante asesino nazi que se defendía diciendo que él sólo cumplía órdenes. Años más tarde el propio Milgram diría sobre sus experimentos que la férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los participantes y que, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de aquéllos, la autoridad subyugaba con mayor frecuencia.
El estudio, replicado con idénticos resultados en varias ocasiones, averiguó que la extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad se antepone a sus principios éticos. La película francesa de 1979 titulada I…Comme Ícare, protagonizada por Yves Montand y dirigida por Henri Verneuil, muestra una sesión completa del experimento de Milgram. El músico, ex líder del grupo británico Genesis, Peter Grabriel incluyó en su disco «So» de 1986 un tema llamado We do what we’re told (Milgram’s 37) en el que hace explícita referencia al experimento. En la película de 2007 “Eichmann” de Robert Young, el protagonista justifica su comportamiento criminal como imperativo de sus superiores.
¿Nos hemos preguntado alguna vez qué son el bien y el mal, si ambos son dos verdades absolutas, o simples extremos de una misma personalidad? No suele ser frecuente, en este frívolo presente, reflexionar sobre tan complejo tema, nos resulta más cómodo asumir las verdades éticas impuestas por personas que nos son influyentes; por ejemplo los líderes políticos de ideología similar a la nuestra, todo lo que digan es válido o bueno y los del lado contrario negativo o malo. Lo mismo nos ocurre con los tertulianos radiofónicos o televisivos, escritores, articulistas, etc. que nos son afines por creencias. Y, como no, con los «personajes» de los programas de Tv. Basura que nos caen simpáticos y que vemos aunque nos de pudor reconocerlo en público. Escucho opiniones intelectuales y juicios morales acerca de lo que si ha hecho o dicho Matamoros o Carmele es genial o es delictivo… (perdonen la ironía, no he podido resistirlo)
De vez en cuando está bien cuestionarse lo que pensamos o lo que creemos y sus por qués. Y no dejarnos influir tanto por los telediarios o por Pedro, por Pablo, por Albert o por Mariano, que parece que estuviéramos cumpliendo órdenes. Es un sano ejercicio.