Según es la imagen de Dios en el que cada cual cree, así es la vida que cada cual lleva. Importen o no las creencias a cada uno, creo adecuado y oportuna una pequeña reflexión, dado que vivimos en un país, mayoritaria y sociológicamente católico.
Nadie es más por creer ni por no creer, porque tanto las creencias como las no creencias, nos igualan ante la vida… y ante la muerte. Hagamos un poco de Historia:
En los orígenes del cristianismo, la palabra Dios, no siempre tuvo el mismo significado. Concretamente, no es lo mismo el Dios que se nos revela en Jesús, que el Dios del que nos habla Pablo antes de su conversión tras la caída del caballo, que es una metáfora más, como tantas de la Biblia.
Hoy se escribe mucho sobre la controvertida figura de Pablo. Muchos estudiosos le atribuyen haber distorsionado el mensaje de Jesús. Pablo era un judío radical y además, judío o romano según la conveniencia del momento. Y parece ser según estos estudiosos, deseaba hacer una secta judía incluyendo la figura de Jesús. Pablo nació en Tarso de Cilicia, la actual Turquía, entre 5 y 10 años después de Cristo. No conoció a Jesús en persona. Hay quienes dicen que a la muerte de Jesús hay una doble visión en las originales comunidades cristianas.
1) La creación de una comunidad discipular (sin jerarquías)
2) La comunidad apostólica (en la que los apóstoles controlan y se hacen con el poder y la jerarquía)
Esta segunda es la de Pablo. La experiencia que Pablo vivió en el camino de Damasco, no fue una “conversión” (“metánoia”) en el sentido propio de esa palabra, porque siguió creyendo en el mismo Dios de los judíos en el que siempre había creído, “el Dios de los Padres” de los antepasados (Hech 22, 14), y viviendo la religión en la que había sido educado (Légasse). Por eso, cuando Pablo habla de Dios, muchas veces se refiere al Dios de Abraham del AT, que le pidió que ofreciera, en “sacrificio” religioso, a su hijo querido. Sobrecogedora resulta la afirmación que recoge la carta a los Hebreos: “Sin derramamiento de sangre no hay perdón” (9, 22)
En contraste con el Dios de Pablo, está el Dios de Jesús y que se nos da a conocer en su vida y enseñanzas. Se trata del Dios al que Jesús presenta siempre como Padre del Amor, la Bondad y la Misericordia. Así lo ilustra la parábola del hijo pródigo. Es el Padre que se nos dio a conocer en Jesús (Jn 1, 18) El Jesús de la Misericordia, que acoge a extraviados, descarriados, pecadores, prostitutas, recaudadores sin escrúpulos y convive con ellos, enseñándoles otra forma de vivir (tan criticado por los “honestos religiosos” de su tiempo) Nos habla Jesús del Padre del que sus tres grandes preocupaciones eran: el sufrimiento de los enfermos, la penuria de los pobres y el Amor entre los seres humanos.
Y la Iglesia habla mucho, demasiado más del Dios de Pablo, que del de Jesús, ( la comunidad jerárquica apostólica que ejerce el poder).
El Dios de Pablo exige sacrificio y culto, tal como lo ha entendido, o mejor dicho, querido entender la Iglesia. El Dios de Pablo, nos pide que repitamos el “sacrificio ritual”, que rememora y actualiza el sacrificio de Cristo en la Cruz (ir a misa por ejemplo) como convidados de piedra.
Para mí la celebración de la Eucaristía (que no misa, ni sacrificio) y que es la rememoración de aquella Última Cena de Jesús con sus amigos, sólo cobra sentido al ser vivida en comunidad, siendo co- participada por todos desde la Fe, como elemento, símbolo de cambio personal y compromiso con los más desfavorecidos. Y sólo dijo: “Haced esto (La Cena) en recuerdo mío”.El Dios de Jesús, sólo pidió que respetemos, que perdonemos a todos, que amemos a todos, que seamos siempre misericordiosos y honestos y que nos sintamos libres para trabajar por una vida y una sociedad que no ignore a los que más sufren. Así las cosas, queda patente que “el Dios que nos da verdadero miedo” no es el de Pablo, sino el de Jesús, que pone nuestra conciencia en su mano y nos invita a mirarla. Aunque Pablo tiene escritos tan profundos y bellos como la 1ª Carta a los Corintios… Al César lo que es del César.
¿Pero no será que con el Dios de Jesús, tendríamos que cambiar cosas y conductas que no estamos dispuestos a hacer y por tanto esta Iglesia oficial no se parecería en nada a lo que es? Por ahí va Francisco, criticado y zancadilleado por muchos de los suyos. En ello está, si lo dejan.
Juan Pablo I duró sólo 33 días tras ser elegido Papa. Claro, tenía la noche de su muerte firmados por él, muchos documentos de cese de bastantes cargos de la Curia Vaticana.
Si existe desde luego será más parecido al dios de Jesús, pero la jerarquia no va a dejar su poder con tanta facilidad. Ya sabes el dicho «haced lo que yo diga pero no lo que yo haga» Gracias Juan por tu reflexion que comparto.
Desde mi punto de vista, que usted bien conoce, me apunto al penúltimo párrafo de su discurso y puntualizo que, inspirados o jo en Jesús, esta Iglesia tiene que hacer muchos cambios y no sólo ella, también la sociedad en general, en pos de ideas solidarias y respetuosas.
Saludos cordiales.
Ah y no de ideas hombre que Francisco lo està haciendo muy bien. Me refiero a lo de los 33 días.