Hace pocos días en estas páginas, el amigo Juan Parrilla con motivo del propio aniversario, volvía a agradecer la generosidad de ese día y de todos los que le vivió a su “mama Isabel”. Yo, de natural más bien muermo al expresar los sentimientos, también me sentí tocado. En el homenaje filiar se daban dos circunstancias que me han hecho recordar también a la mía. La madre que me parió se llamaba también Isabel, y casi cada vez me pongo a escribir la tengo muy presente como origen de mi apego a la palabras. De alguna manera hasta su pronto fallecimiento, en el declinar de mi adolescencia, ella me fue legando el amor por la palabra, por la oralidad y así hacia la escritura. Tengo claro que, además de darme la vida, Isabel Lara dotó mis alforjas para transitar por la vida con algo de sabiduría y sensibilidad. Así, me siento obligado a imitar a Juan devolviendo a mi madre algo de lo que tan generosamente me regaló : la palabra como afecto.
Cierro los ojos y la veo conversando con cualquier parroquiano que llegaba a aquella humilde panadería. Seguro que, con su pan, cada cual se llevaba también una cháchara agradable peinada con algún atinado refrán. Ella explicaba esa cualidad, aunque más referida a ciertos mercachifles, con un “la lengua es un capital, sabiéndola menear”. Su labia en aquellos difíciles tiempos, más que a la simulación, la usaba para el consuelo prodigado junto al frecuente pan fiao. Ello no obstaba para que, la conversación y agrado, diera salida a las piezas menos agraciadas o atrasadas salidas del horno. Tenía tan asumido, y reconocido por quienes la trataban, su respeto igualitario por el prójimo, que cualquiera concluía con “..ni menos” el adagio que ella había iniciado con su habitual “Nadie es más que nadie..” cuando observaba el menor ninguneo. Así me puso en el camino de la palabra para que que al menos la tuviera y la cumpliera. No soy quien para decir de mí hasta que punto he sido digno heredero del tal honra.
En cuanto al uso, si que puedo decir que me he afanado, desde luego con desigual acierto en otras posibilidades. Desde niño tuve gran facilidad para escuchar, distinguir y apreciar discursos bien elaborados de los mayores, Tenía la suerte, quizá merecida por mi atento silencio, de que no me alejaran con el habitual “Hay ropa tendida”. Así, entendiendo unas conversaciones más y otras menos, fuí acumulando un gran morral de palabras, experiencias, refranes, cuentos y situaciones de gran utilidad y disfrute en mi vida.
Una de ellas, tal vez la más importante, es el placer de la conversación pausada en que se une la comunicación fluida con el mejor conocimiento del mundo propio y/o ajeno. Yo, al menos, siento una gran satisfacción al ajustar , aclarar o contraponer nociones antes dispersas y/o confusas en mi pensamiento. Creo que quienes usamos así nuestro tiempo, en lugar de perderlo como piensa quien no lo experimenta con frecuencia, obtenemos una serenidad que contradice esa supuesta pérdida. Esa serenidad es, tal vez, la función profunda de la palabra para acercarnos sin prisas ni simulación a los demás, a la realidad y a nuestro verdadero yo. Recuerdo el uso más benéfico, para uno mismo o a quien nos escuchara, que se hacía eligiendo la versión del refrán que conviniera.Así, para alentar ante una separación El buey sólo, bien se lame. Valorando lo contrario, se echaba mano de “Sólo esté, el que sólo quiera estar”. Por esta y por más razones, me siento un privilegiado, por esa capacidad de rumiar que estimulara mi madre, al percibir la creciente superficialidad de tanta cháchara breve y roma de reflexión.
Junto a refranes, decires, acertijos, rimas y otros mil elementos de sentencias de la tradición oral, se colaba la palabra de resonancias raras. Ésta por su origen, etimológía que se decía, o el caudal de las que de ella se formaba. Ésa por el uso figurado o metafórico que había que descubrir. La demás allá porque había que buscar algún sinónimo para evitar la repetición machacona de otra. Ello, sin olvidar las posibilidades que da una búsqueda como la piedra en el estanque ,recurso creativo de Rodari para disfrutar esa riqueza del léxico que bulle en el mar de palabras de la mente.
Pese a este presente de veloces, efímeras y placenteras imágenes, volvemos a la palabra. Es la eterna peripecia vital personal-con la madre que yo he de evocar- o colectiva, con la palabra como instrumento de vida y camino primigenio del desarrollo humano. Eso parece darnos a entender el valor creciente de la aportaciones en semiología de Umberto Eco. Legado con el que entronca la comunicación virtual basada en la gramática generativa de ese otro sabio rebelde: Noam Chomski.
Lástima de la pérdida de las palabras. «El trabajo del novelista es hacer visible lo invisible con palabras», citó con mucho tino Miguel Ángel Asturias. Pero se pierden cada vez más la lectura, el diálogo, el debate…las palabras.
https://www.youtube.com/watch?v=A1XRq_81aaY.