Imagino que de una forma u otra,  habrán sentido lo mismo que yo siento en estos momentos aunque no lo expresen públicamente, como yo tengo la oportunidad.  Pero pueden hacerlo como respuesta a este artículo, ya que el formato lo permite, porque todos ustedes tendrán experiencias de vida similares a las mías. Se trata de compartir experiencias de Amor, cuando en estos tiempos, esta palabra está tan devaluada y pasada de moda. ¿No será por la vergüenza ajena de expresar nuestros sentimientos o cierto miedo de abrir nuestro corazón?

Hoy diez de mayo, que es mi cumpleaños, recuerdo a mi buena y santa madre, buena y santa, que me parió este mismo día en un 1953. ¿Fue una casualidad que muriera el mismo día 10 de Mayo del 96 y a la misma hora en que nací? Creo me estaba esperando  y yo no llegué a tiempo; eran  las cinco de la madrugada cuando murió.  Los santos famosos y públicos, son los elevados a los altares por la Iglesia y la gente honesta, sencilla y santa, también es elevada a esos mismos altares por sus seres queridos, con la diferencia, que los altares de esta gente sencilla, no están en los templos, sino en el corazón de las personas.  Son santos y santas anónimos, del que este mundo está lleno. Yo he tenido un padre y una madre cuyo recuerdo me emociona, porque fueron gente humilde, pero con unos valores humanos que rayaron en esa integridad a la que aludo. Mi madre, fue una mujer querida por todos los vecinos de la calle, hasta el punto de ser llamada por todos los que la  conocían  “La Mama Isabel”. Era la madre de todos. Vivíamos con estrecheces, muchas, comprábamos en las tiendas y en la panadería fiado, hasta el momento en que mi padre que era minero, cobraba el mes; pagábamos las deudas, nos quedábamos sin un duro y vuelta a empezar hasta la siguiente cobra. Sin tener una peseta, nadie de nuestro alrededor consentía ella que pasase necesidad  y en casa, compartíamos con los vecinos y ellos con nosotros  lo que había; teníamos un corral con gallinas y conejos y algún pavo que otro y eso nos permitía no pasar excesivas necesidades. Ella, mi madre, no sabía leer ni escribir, pero la habilidad para multiplicar unas pesetas, la tenía sobradamente demostrada. De crío conocí a muchas familias así, generosas, entregadas a sus vecinos, a los demás. Eran otros tiempos, eran otras gentes, a pesar de vivir bajo una dictadura. Creo, porque lo he visto y lo sigo viendo ahora, que cuando más necesitada está mucha gente, más comparte con los demás. Nunca vi  a mi madre criticar a nadie y a mi padre tampoco y nuestra casa estaba abierta para todo el mundo. En mí caló esto desde que tuve uso de razón e intentando emularlos, no les llego siquiera a la altura de los zapatos. Todo ese poso de valores humanos, de tolerancia, de permisividad, de ternura etc., es el legado, la herencia  que me dejaron y por ello me siento tremendamente afortunado, aunque a veces sea una piltrafa y algo egoísta. Las continuas lecciones que ella y él, mis padres, me transmitieron con su ejemplo, quedan flotando en mi ser, aunque ni de lejos pueda llegar a ser lo que ellos fueron.  Pasándolo tan mal no sólo en lo económico sino también por represalias políticas, nunca oí a mis padres una palabra de ofensa para con sus ofensores. Ellos callaban, callaban y hacían todo lo que podían por las gentes de su alrededor. No sé si con este tipo de valores humanos se nace, o las personas se van haciendo buenas ante los reveses de la vida, optando por la bondad ante la maldad. Muchas veces mi compañera Áurea y yo, los recordamos. Ella sigue enamorada de la tolerancia, la honestidad y bondad de mi padre, aún queriendo a mi madre igualmente. Áurea, sentía debilidad por mi padre, porque lo convirtió en el padre que a ella le faltó desde los cuatro años ya que su padre falleció con solo 29 años.