Lo he escrito alguna vez  y hoy lo repito. Frente a ese miedo ambiente que nos impele a, más que desconfiar del prójimo a temerlo y/o a ignorarlo si no a pisarlo, yo me rebelo. Y me rebelo tratando de ensalzar los valores y conductas que personas conocidas en la distancia o por el contacto cercano, han dejado su impronta en lo que trato de ser.

            Ejercía María Luisa, cuando la conocí, como profesora de biología en el IES Cástulo de Linares. Coincidimos  en la militancia sindical en USTEA y aun recuerdo su diligencia y claridad de ideas, sorprendentes para una persona que ya no cumpliría los cincuenta. Llamaba también la atención por el vigor con que, pese a sus votos religiosos, defendía la educación pública y laica. Yo había compartido-aunque sorprenda a alguien- antes, entonces  y después mi amistad con personas de condición parecida a la suya, sin embargo apenas con una o dos  más he llegado a tener el mismo grado de confidencias.

            En nuestros primeros contactos, yo aun no tenía claro el profundizar de nuevo en la militancia sindical  tras mi desengañada experiencia ugetista. Me acercó a ella su disponibilidad para compartir cuanto estuviera en su mano. Por entonces estaba en el amanecer de mis años de interés por la ecología. Al hablarle del bello canto que en defensa de la naturaleza escribió el jefe indio al presidente de USA, ella puso en mis manos un montaje audiovisual que remarcaba las posibilidades didácticas y humanas del tan entrañable mensaje que veníamos usando en el colegio.

            Una cosa lleva a la otra, así que aumenté mi compromiso sindical y colaboraciones varias con Maria Luisa. En varias ocasiones estuve en la casa que compartía con Francisca en el Camino del Madroñal. A ésta ya la conocía por haber coindidido en alguna actividad en la asociación de vecinos “La Esperanza” y en alguna movida social o política más. Con la compañera sindical intercambié  experiencias a las que ella correspondió del mismo modo. Un día, hablando de lo que entedíamos por escuela pública, ella compartió conmigo su avanzado criterio cuando fue consultada  sobre el posible cierre del colegio que las carmelitas tenían aun en Úbeda.

            Al llegar su jubilación, ambos estábamos enfracados en varios asuntos que habían aminorado el contacto que solíamos. Así que me enteré por amistades comunes de su retirada laboral y de su traslado a la provincia de Cádiz. Mantuve cierto conocimiento en la distancia  por los mismos cauces hasta que nos volvimos a encontrar personalmente el 2.009 en Sevilla. Se trataba del Foro Social por las Espiritualidades al que acudí con la ponencia que recordaba podría defender la propia María Luisa.

            Allí, ya casi octogenaria, con cierta lentitud en el andar pero con la misma claridad al discurrir, compartimos los entrañables minutos de alegría y de amistad renovada, que pese a todo sus persistentes  obligaciones le permitían. Aprovechamos bien el tiempo compartiendo las inquietudes y situación  de cada cual y dando noticias de cuantos nos acompañaban en aquellos, sus años linarenses. En cuanto a su presente me habló con entusiasmo de su labor y proyectos en el degradado barrio sevillano de Las Tres  mil Viviendas.  La veía pletórica por las satisfacciones solidarias que estaban consiguiendo en tan necesitado escenario. Apenas unos meses después, volví a tener noticias suyas. En este caso era la televisión la que nos mostraba un reportaje en el que Maria Luisa, con otras personas, se solidarizaban con unos manteros de su barrio por ejercer su único medio de subsistencia.

            El último contacto con ella ha sido el saludo que me trasmitía a través de Virgilia quien había vuelto a verla una vez más en Sevilla. En nuestra conversación recordé la frase que acompaña  a su nombre al principio de este escrito. Cada día estoy más convencido de que esa propuesta o condición es un rasgo de lo más inteligente que he encontrado en mi camino en la búsqueda de la convivencia más democrática de que podría aprender mucho. Trato de explicarlo. Me contaba María Luisa la posibilidad de un cambio en el plan que tenían en Sevilla y un posible traslado. Esas eran las noticias que ella había recibido de quien ejercía como su superiora. Ella con la misma serenidad de siempre, pero con más convicción si cabe, me contó su respuesta. Respondía a su superiora más o menos: Yo, como siempre, estoy dispuesta a cumplir lo que sea mejor para la colectividad, para ello sólo pongo una condición:  primero lo hablamos.