Sólo desde una decidida apuesta por los valores humanos, podremos hacer posible nuestra existencia como seres “Vivos” en este planeta. Pero para ello, necesitamos sobre todo, ser nosotros mismos, para empezar a creer y hacer una apuesta por este mundo.
Pero es difícil cuando no imposible, creer en nada que no salga del corazón, primero del nuestro y después del de los demás.
¿Eres creyente? ¿Eres ateo? …El otro contestó: De todo un poco…
Porque el ateo comete el error de negar algo de lo que no puede decir absolutamente nada… Y el creyente, comete el error de afirmar sin dudar esa existencia, sin tener constancia de ella.
Y hablando de creer, los asesinos más implacables son los que matan por esos credos, esos dogmas, esas dictaduras de las creencias.
Preguntaron los discípulos al Maestro: ¿Qué hace falta para Creer?
Respondió el Maestro: “Hay que averiguar qué es lo que cae en el agua de un estanque y no produce ondas; se mueve entre los árboles y no produce ruido; atraviesa un prado y no mueve una sola brizna de hierba” ¿Entonces no es nada?… “Esa sería una forma de describirlo” respondió el Maestro. ¿Y cómo podemos buscarlo?
“¿He dicho yo que hubiera que buscarlo? Se puede buscar pero quizá no se pueda encontrar”
Y es verdad, porque cuando se busca desesperadamente algo, se corre el peligro de no encontrarlo, porque para “buscar” es necesaria una actitud de abrir el espíritu y a veces lo tenemos excesivamente cerrado, ya que vivimos con demasiados apegos. Y lo esencial es invisible a los ojos. Porque para ver, es necesario ver con el corazón.
Y si llega a producirse el prodigio del encuentro con algo que ha hecho vibrar las fibras más íntimas de tu ser, es vivir de ese y con ese encuentro durante toda la vida. Pero acaso no sepamos lo que buscamos… por qué y para qué buscamos.
Vivimos permanentemente ocupados en conceptuar y definir nuestras creencias, para así identificarnos ante los demás y eso posiblemente sea matar esas creencias, porque parcelamos y diseccionamos la realidad que nos rodea, olvidándonos del “todo” que la envuelve.
No es que sean inútiles los conceptos, es más, son necesarios para la vida, pero no podemos trasladar la vida a la categoría de concepto.
Coge una flor, estúdiala, analízala, disecciónala mírala, al microscopio y quédate sólo en eso. Habrás logrado mucho conocimiento e información sobre la flor, pero no la habrás gozado.
Entonces…¿creer en qué, creer para qué?
Creer, es Amistad, es Amor, Fidelidad, Autenticidad que el ser humano necesita imperiosamente para dar sentido a su vida. Y no hablo de creencias religiosas.
Cuando alguien llega a creer, tras un íntimo encuentro con algo, entonces ya ha iniciado el camino.
Son nuestros actos los que nos definen. Y hablando de actos y actitudes, aquello fue dicho por gente hipócrita, gente que como hoy, nada ha cambiado en su condena a los demás, gente que como aquellos, se consideran puros, limpios, decentes:
“Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores”.
Las creencias la confundimos con realidades, con nuestras realidades, y lo peor, muchas veces con nuestras “Realidades” religiosas. Por eso, cuando un creyente cree ver la absoluta e incuestionable “Realidad” en su Libro Sagrado, o el no creyente en su agnosticismo o ateísmo y esas Realidades las creen inmutables, corren el riesgo de volverse necios y crueles. Buscamos en qué creer, porque no hemos llegado al gran descubrimiento de creer en nosotros mismos. Pero al mismo tiempo, también son necesarias las personas que nos aporten un rayo de luz y esperanza en nuestra vida, una especie de poste indicador en la encrucijada del camino; pero ese camino hemos de recorrerlo solos, porque esto es la vida.
Finalizo con esta reflexión:
Llegó un visitante y oyó las palabras del Maestro.
El visitante dijo: ¡Este hombre es un payaso!
¡Nada de eso (replicó un discípulo), no ha entendido usted nada. Porque un payaso hace que te rías de él! … ¡Y un Maestro, hace que te rías con él y también de ti mismo!
Quienes no cometen errores, cometen el mayor de todos:
No intentar nada nuevo, porque viven inmovilizados ante el temor de equivocarse ante los ojos de los demás; les importa demasiado lo que piensen de ellos, el qué dirán…. Y dejan de ser ellos mismos.
Como aquél discípulo, no dejo de reírme todos los días de mi propia ignorancia, de mí mismo, cuando “escucho de forma consciente” a alguien que me hace reflexionar y dudar de mis creencias y verdades que tengo por inamovibles.