Celebro este año mis deseos de igualdad con la lectura de un libro: MUJERES de Eduardo Galeano. El solo hecho de que un hombre dedique su tiempo y su esfuerzo a escribir este precioso homenaje a las mujeres,  me hace sentir un gozo esperanzador. Me confirma lo que sé desde hace ya bastante tiempo. Son muchos los hombres que quieren un mundo de iguales y para iguales. Del  brazo de Eduardo me he sumergido por un doloroso y chispeante paseo por el tiempo y el espacio, presentándome a mujeres increíbles que toda persona debe conocer. Este  viaje  me ha hecho suspirar, llorar, reír y sobretodo pensar.

No podemos las mujeres del siglo XXI ceder ni un ápice de lo conseguido a lo largo de la historia por un sinfín de mujeres valientes. En honor a tanto sufrimiento femenino y tantas luchas ocultas, ni un solo pasito hacia atrás. Es necesario que las mujeres dejemos de pedir la igualdad y empecemos a usarla, creyendo de verdad, que no estamos robando nada a nadie porque somos iguales a los hombres en derechos y obligaciones, aunque les pese a hombres tan relevantes como, Aristóteles, Darwin, Santo Tomás y el arzobispo de Granada.

Por mi trayectoria personal y profesional considero que el mayor acto de violencia que sobre nosotras se ha ejercido a lo largo de la historia ha sido la negación de nuestro placer y el uso de nuestro cuerpo como una mercancía necesaria para el placer masculino. Ahora, que se abre el debate sobre si legalizamos la prostitución dotando a las mujeres que trabajan con su cuerpo al servicio del placer del hombre, de derechos para protegerlas de las mafias, yo siento una gran tristeza. Para mí la prostitución no es más que otro ejemplo de la superioridad del hombre sobre la mujer, otro éxito de nuestro sistema del patriarcado. Hombres que ejercen su poder sobre nosotras porque tienen unas monedas y lo que podrían y deberían obtener gratis solo tratándonos como iguales y negociando como se consiguen las cosas entre iguales, prefieren conseguirlo ejerciendo el poder que sobre nosotras tienen. Hombres que en algún momento de su vida aprendieron que hay mujeres con las que seguir ejerciendo la superioridad sin ningún desgaste emocional por su parte y considerándolas objetos que se utilizan, sin reparar en lo que esa persona esté sintiendo o como sea su vida cuando no está proporcionando  placer a alguien.

La sociedad a las que aspiro no es la que legaliza la prostitución, es la que no la necesita. La que no necesita legalizar el uso del cuerpo de unos seres humanos para proporcionar placer a otros porque tienen dinero con que pagarlo. El mundo que quiero para mis hijos es ese lugar donde las personas en igualdad de condiciones tienen trabajos con los que poder ganarse la vida. Un lugar donde todos, hombres y mujeres disfrutamos de nuestra sexualidad elegida y dibujada libremente, que nos proporciona placer, nos ayuda a reproducirnos y nos permite comunicarnos con los demás y con nosotr@s mism@s a un nivel especial. Un sitio donde el sexo no se utilice como símbolo de poder de unas personas sobre otras.

Todos tenemos algo que hacer para alcanzar ese mundo y debemos hacerlo, no dejando que se pierdan ni uno de los logros conseguidos, creando espacios de concienciación, educando en igualdad, siendo modelos de personas igualitarias, que creen y viven la igualdad, integrando la vivencia de nuestra sexualidad en ese espacio igualitario y entonces la prostitución, no tendría lugar o, sería otra cosa muy distinta de lo que ahora es.