Hablando con personas mayores he oído comentarios en relación al transcurso de sus vidas tales como “se me ha pasado la vida sin darme cuenta, volando”, “ mi vida ha sido como un suspiro”, “si volviera a vivir otra vez, haría esto en lugar de aquello”. Por contra, otras personas de avanzada edad me han dicho “me marcharé bien tranquilo, sabiendo que he vivido intensamente, he disfrutado de la vida, no me puedo quejar” o “ la vida me ha dado tantas cosas”. ¿Qué diferencia a unas personas de otras en su vivencia del tiempo transcurrido?

Parece ser que todo se debe a la percepción que el cerebro humano tiene de los hechos y acontecimientos a los que nos enfrentamos y de cómo se experimenten en realidad estos y aquéllos.

A veces, una semana se nos antoja rápida, demasiado en el transcurrir del tiempo, sobre todo si estamos de vacaciones y nos dedicamos sólo a descansar. Otras, sin embargo, se hacen más duraderas si nos dedicamos a recorrer la Italia monumental, por ejemplo.

La neurociencia tiene una explicación científica, que ya había descrito de manera más o menos intuitiva la psicología del siglo XX, para desentrañar los entresijos de estos fenómenos perceptivos intersubjetivos:

El cerebro humano funciona de tal manera que guarda, almacena, los sucesos y acontecimientos nuevos y emocionantes, a la vez que filtra y deja a un lado, incluso ignora a veces, aquellos que le son familiares, que considera comunes. Por tal motivo, tenemos la sensación de que el tiempo marcha más lento o más rápido, dependiendo de lo que vivimos. Una película de acción, sin apenas diálogos, dónde el cerebro no tiene que pararse a analizar cada escena, cada conversación, se nos hará más corta que otra, dónde todo sean conversaciones que traten de temas más o menos interesantes, aunque ambas proyecciones tengan la misma duración.

Este fenómeno cerebral explica también porque durante nuestra niñez y adolescencia el tiempo parece más laxo, porque todo es novedoso y fresco y estamos aprendiendo continuamente cosas diferentes. Después, conforme crecemos y nos hacemos más mayores, todo parece transcurrir más aprisa, es como si el tiempo se nos escapara de las manos, como si la arena de nuestro reloj cayera con más rapidez, como si se nos fuera a terminar.

Esta manera de actuar de nuestro cerebro se explica por un mero ahorro de esfuerzo de este órgano director de las ideas y del pensamiento que consume menos energía de esta manera, facilitándonos también una vida en términos reales más duradera.

En realidad, el tiempo físico es el mismo para todas las personas, pero, como lo experimentemos depende casi totalmente de nosotros, de como nos diseñemos la vida: ver todos los días los mismos programas de televisión, o variar, pasear siempre por el mismo lugar o cambiarlo cada día, tomar el aperitivo en el mismo bar siempre o no, viajar cada domingo a una población distinta o dedicarnos por sistema a lavar el coche, etc.

Para alargar los días, las horas y los minutos, para hacer más extensa la vida, nos aconsejan los expertos de la psicología, en la medida de lo posible (no siempre podemos elegir un trabajo no rutinario, claro, aunque sí el ocio), no hacer siempre las mismas cosas ni hacerlas de la misma manera, cambiar las rutinas, abrir la puerta a la novedad y al asombro. Es sin duda una manera de ser un poco más eternos, sabiendo que la eternidad reside en el momento presente y como nos lo diseñemos nosotros mismos.