Con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (25 noviembre), son muchas las manifestaciones realizadas desde todos los ámbitos y capas sociales pidiendo su total desaparición. De norte a sur y de este a oeste de nuestra geografía, cualquier persona de bien está en contra de la violencia en cualquiera de sus manifestaciones, por lo tanto, en este aspecto coincidimos todos independientemente de nuestro credo, ideología o forma de pensar.

Lo que no llego a comprender, es el empeño que existe en llamar “violencia de género” a la violencia contra la mujer, cuando ésta (la violencia de género) no existe.

Veamos, el género no es igual al sexo. El género es una propiedad de los nombres y de los pronombres que tienen carácter inherente y produce efectos en la concordancia con los determinantes, los adjetivos… y que no siempre está relacionado con el sexo biológico. Las personas, por tanto, no tenemos género, tenemos sexo y de ahí, que la expresión “violencia de género” sea totalmente incorrecta porque la violencia la comenten las personas y no las palabras. Lo correcto sería decir “violencia sexual”, “violencia doméstica” o “violencia sobre la mujer”, si es que se pretende resaltar que la víctima es la mujer.

¿Por qué entonces no se utiliza correctamente…?

En los últimos tiempos (más o menos 25 o 30 años), el movimiento feminista y la reivindicación de los derechos de la mujer, una minoría de la población se ha preocupado en acusar que el lenguaje es sexista, y que habría que hacer incorporaciones y modificaciones para “limpiarlo” de ese carácter. Lo único que les preocupa es proyectar una imagen ya sea personal o institucional en el discurso hablado o escrito, incluyendo a la mujer en el mismo, por aquello de lo “políticamente correcto”.

Pero la realidad cotidiana es otra, pues en el uso diario todos obviamos, incluso los más radicales proponentes sexistas, el uso de las formas “no-sexistas”. En el habla cotidiana nadie utiliza el desdoblamiento de sustantivos, por ejemplo niños y niñas, y no creo que pueda haber un cambio en este sentido.

El español, como sistema lingüístico, no es una lengua sexista, porque no presenta elementos sexistas. Distinto es el sexismo social que puede estar expresado a través del lenguaje, y se incurre en sexismo, cuando el fondo del mensaje y no la forma es discriminatorio por razón de sexo. Una misma situación de la realidad, sexista o no, puede describirse con un mensaje sexista o no.

En los últimos años se han publicado en España numerosas guías de lenguaje no sexista. Han sido editadas por universidades, comunidades autónomas, sindicatos, ayuntamientos y otras instituciones en aras de evitar el uso sexista del lenguaje. El informe Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, aprobado por 26 miembros de la Real Academia Española, analiza varias de estas guías y sale al paso de lo que considera una deriva peligrosa: la pretensión de imponer un lenguaje políticamente correcto que evite determinadas estructuras muy arraigadas de la lengua, en favor de formas artificiosas destinadas a hacer visibles a las mujeres.

La mayor parte de estas guías han sido escritas sin la participación de los lingüistas. Cabe pensar que los responsables o los impulsores de las guías entienden que no corresponde a los profesionales del lenguaje determinar si los usos verbales son o no sexistas, de forma que el criterio para decidir si existe o no sexismo lingüístico será la conciencia social de las mujeres o, simplemente, de los ciudadanos contrarios a la discriminación.

Lo que sí está demostrado es que en términos puramente lingüísticos ningún lenguaje es sexista y que no hay relación entre la gramática del idioma y el estado de la mujer en la sociedad. Sin embargo su uso refleja el verdadero sexismo existente en nuestras sociedades. Este uso sexista del lenguaje es menos obvio pero más significativo que las formas lingüísticas generalmente atacadas por los grupos feministas y por lo “políticamente correcto”.

Fuente Real Academia Española (RAE)