Cerrar el mapa regional y hacerlo irreversible suprimiendo las diputaciones. Este ha sido el jarro de agua fría que nos ha echado encima Albert Rivera al presentar la propuesta de reforma constitucional de Ciudadanos, dejando de nuevo como huérfanos políticos a ese 40% de españoles que consideran que el problema está en las todopoderosas comunidades autónomas, sobre todo aquellos que vivimos en provincias cada vez más arrinconadas a mayor gloria de las nuevas capitales autonómicas.
Al enumerar las 17 comunidades en la Constitución y derogar los procesos para acceder a la autonomía recogidos en artículos como el 143 o el 151, nos condena a continuar sine die con este mapa autonómico, como si las regiones perviviesen siglos y milenios hasta el final de los tiempos. Esto sumado a la manía de liquidar las diputaciones deja a nuestras provincias maniatadas, resumidas a la inexistencia y encadenadas a Sevilla para siempre.
No vendría mal ahora recordar otros modelos constitucionales que existieron en España. Por un lado la Constitución de 1812, tan aclamada por Albert Rivera, a quien convendría recordarle que incluía a las diputaciones por primera vez en nuestra historia, con unas competencias que en su mayoría hoy se encuentran acaparadas por la Junta de Andalucía. Por otro la de la Segunda República, que en su artículo 22 contemplaba la posibilidad de que cualquier provincia pudiese desligarse de su autonomía y volver al poder central si así lo deseaba.
Ciudadanos pretende con estas medidas fosilizar todos los desvaríos, inventos y patadas a la Constitución que se realizaron durante la Transición. En definitiva nos encontraríamos sin diputaciones, traspasando sus funciones y recursos a las CCAA, más lejanas e ineficientes, sin forma legal de escapar del centralismo sevillano y con unas autonomías marcadas a fuego en la Constitución. Qué fácil fue meternos en este monstruo autonómico de Andalucía y qué difícil va a resultar escapar de él.
Juan Miguel Galdeano Manzano,
Portavoz de la Plataforma por Andalucía Oriental
Tenemos una clase política singular, no corren, vuelan, son una especie de políticos-pájaros. Cuando llegan a las instituciones comienzan a salirles pico, alas, y lo peor; garras. lo mismo un concejal del equipo de gobierno es a su vez directivo de una empresa que presta servicios a su ayuntamiento, como se nombra a un pájaro de estos director del Centro de Flamenco Andaluz y el tío no pisa la oficina en su vida, o se gastan en cocaína dinero para la formación de los parados, fíjense en Santana, la ruina que ha traído su cierre a Linares, no ha sido un incendio como en Campo Frio, o un terremoto, ha sido con dinero público señores!!. A nuestros políticos hay que echarles de comer de lejos, cuanto menos cancha le demos mejor nos irá a todos. Siempre nos quedarán las mancomunidades, otro foco tan infeccioso como diputaciones o ayuntamientos. Lo peor es que esto no se arregla ni fiscalizando, hasta los tribunales que examinan a los aspirantes a municipal están bajo sospecha, en realidad está todo lo público bajo sospecha en este país de golfos. Rivera se queda corto.