Cada vez que me pongo ante el blanco del papel o del ordenador, me cuestiono la finalidad de lo que trato de hacer. Desde niño me ha fascinado la fabulosa trascendencia en el tiempo de la obra de Cervantes o del sencillo y amarillento legajo que nos habla de la vida de alguien querido y  desaparecido. Si la urgencia del momento no me lo impide, mi mente se dispersa vislumbrando las mil posibilidades y lecturas que mis torpes palabras u otras de mayor mérito podrían ocasionar. En varias ocasiones me he propuesto dejar constancia de esos desvaríos. Hoy, atendiendo cierto recuerdo y a algunas críticas, abordo el postergado reto.

            Empieza el largo proceso de la idea que se transforma en palabra para acabar en esos trazos  perdurables que (pasando por imágenes) son al final la escritura. Qué aventura tan milenaria en la humanidad y tan permanente en cada persona, con su recurrente evolución en pos, de la inteligente armonía con el medio. No puede uno dejar de asombrarse en la aventura de pensar el lenguaje, que además de producto final de la inteligencia y distintivo del homo sapiens, deviene en instrumento de más inteligencia.  Es al nombrar (definir-precisar distinguiendo-clasificando la cosa y la idea) como siguimos creando conocimiento y lenguaje.

            Vuelvo a las fundadas críticas que amables lectores y amigas hacen sobre la falta de claridad en mis escritos. Tienen razón porque escribir-leer debe ser sobre todo comunicación. Claro que para eso ha de darse un mayor conocimiento entre quienes quieren compartir información y opiniones. Eso que es relativamente fácil, con un mínimo adiestramiento y respeto, en la charla presencial, es  más complicado escribiendo en un medio como éste. Aquí, aparte de las lógicas y diferentes apetencias de cada cual, no se puede percibir el gesto de quien lee. Por ello no sirve la gratificante experiencia que con mi alumnado llamábamos Telepapajote. Era una especie de revista escrita y después leída como un telediario en clase. Repartíamos las noticias que durante una semana nos proporcionaban los periódicos gratuítos del programa Prensa-Escuela. Todo el alumnado había de quedarse con al menos una noticia. Cada cual la reescribía para que se entendiera bien respondiendo a las preguntas de rigor (qué, a quién, dónde, cuándo, cómo, por qué, para qué,…). Cuando el conjunto de noticias eran entendibles, se pasaban a la revistilla con su ilustración. Al final se leían por cada periodista o corresponsal. Luego se valoraban el grado de entendimientos y más aspectos. Quienes aquí escribimos sólo podemos  leer con respeto las opiniones del público lector para tenerlas en cuenta para mejorar la comunicación incluso desde las naturales y lógicas discrepancias.

            Como doy cuenta en la experiencia señalada, he intentado en lo posible incentivar la expresión escrita en mi entorno. Entiendo que la libertad de expresión es más realidad cuanto más al alcance de la ciudadanía esté.  Quiero que mis apariciones semanales en estas páginas atiendan lo que preocupa al común, otra cosa si acierto. Trato también, de acercarme  limando algunos defectos y explicando, con éxito discutible, tentativas menos comprendidas. Como en la experiencia citada,  hoy sigo entendiendo la escritura como un medio de participación social. Claro que el exceso   de datos o justificaciones, hacen menos fluida y atractiva mi escritura. También soy sensible a las críticas por el  tono tristón e hipercrítico, cuando no indignado, que rezuman mis textos. Admito que entre la escasa ironía y la autojustificación entre pesismismo y realidad,  no acabo de aplicar mi convicción de que se cazan más moscas con miel que con vinagre. No debe faltar alguna razón a quienes tienen la impresión de que odio a casi todo el mundo. Tengo la esperanza de  que se deba más a mi torpeza de juntaletras que a la aversión a mi prójimo. Me fastidian más las conductas que cada persona, que no dejamos de ser también víctima de los hechos propios y ajenos.

             Pretendo también al escribir, mediar de manera pretenciosa, entre la cháchara tendenciosa  e interesada que nos trae la tele y demás medios capitalistas, y la información más verdadera y rigurosa que queda camuflada entre naderías y propaganda. En ese empeño, trato de retomar aquellas principales preguntas de Telepapajote.  Pero ahora, queriendo complacer a personas tan distintas y lejanas, se arraciman en mi mente, como cerezas en una cesta, las ideas. No resulta con frecuencia fácil desechar algunas. En esos momentos, cuesta o no sale ese texto redondo, bien trenzado, con la conveniente atracción en el inicio, con la cadenciosa fluidez en su desarrollo, para acabar  con un final en el que se aúnen el brillo y la síntesis que hagan perdurable lo leído.