En la primera entrega de este texto aceptábamos el reto de los de Mercedes Rueda y de Isabel Estévez con el sugerente título-pregunta de la segunda ¿Esto es educación?. Tras considerar los valores, el grupo-tribu de referencia,  y la deseable colaboración familia-escuela, pasamos a la ciudad como escenario educativo. A ese respecto, señalábamos la propaganda mercantil de ese esencial servicio público y la relacionábamos con la dejación municipal en la construcción de una ciudad integradora. Retomábamos así la problemática de la red de centros pública/concertada y las supresión de unidades señalada de manera somera por Mercedes Rueda. Profundizábamos en la tentación clasista con el abandono de los barrios, en los que crece la pobreza a la vez que disminuye la convivencia solidaria, para que surjan guetos y conflictos con tintes racistas o xenófobos.

Además del escenario-tribu, una ciudad solidaria para una auténtica educación ciudadana, de la cuestión de Isabel yo me atrevo a revisar el rigor en el conocimiento y la ética que impide actitudes escapistas hacia una falsa realidad a lo Disney, por cierto muy alejada en esencia del desarrollo científico del siglo XXI. Tanto la instrumentación de discutibles tradiciones (procesiones al estilo de Sevilla) como la opción por una religiosidad social y políticamente poco comprometida pueden constituir un pesado lastre para la formación integral de la persona para este tiempo. Algo que de manera perceptible se observaba en el uso torcido de la educación con la LOMCE, ha causado verdadero escándalo con la publicación en el BOE, Boletín Oficial del Estado del currículum de religión católica. Merece la pena que detallemos lo que se propone y el criterio que tal disposición sugiere.

Al alumnado que opte por educación religiosa se le privará de valores sociales cívicos que sólo aparecen explícitamente en los contenidos alternativos a las clases de religión. Se prescinde así  de la resolución de conflictos, del debate y del valor de la asamblea. Ello insiste  en la reducción infligida a los estudios de filosofía y otras áreas científicas. Parece entenderse que la religión desde los primeros años ha de disgregar dichos aportes de convivencia.  Además se vuelve a insistir en la culpabilidad del pecado original heredado de hace miles de generaciones. Se opone Adán y Eva a la evolución explicada por Darwin. De la misma manera se equipara la visión bíblica del origen del cosmos a los laboriosos estudios del bing bang. En un país avanzado en ciencia se pontifica que Dios es nuestro  padre aunque ignore los desastres que sufre la humanidad y que Él solo nos permite ser felices. Los obispos aun están descontentos porque postulados como estos no se aceptan como obligatorios. (*)

Resulta intolerable que todo esto se admita en un estado democrático, en razón de un acuerdo con otro estado teocrático, Vaticano, aceptando que la religión se considere y valore como una asignatura más. Todo ello constituye una pura arbitrariedad ideológica y científica, pues así se admite el más crudo adoctrinamiento a la par que se desaira el conocimiento laboriosa y sufridamente construido (*). Es tendencioso el uso que se hace del BOE en cuanto que un medio oficial  se publican postulados que contravienen el respeto que se debe al total de los españoles. Se pretende ignorar que somos polvo de estrellas que pasados millones de años llegan a ser seres vivos, para al final convertirnos en homo sapiens. Resulta lamentable que se contrapongan planos distintos: el de las ciencias y el de las creencias. Se vuelve a insistir en viejos excesos quizá perjudiciales. Decía Darwin al respecto: “No debemos pasar por alto la probabilidad de que la introducción constante de la creencia en Dios en las mentes de los niños produzca ese efecto tan fuerte y, tal vez heredado en el cerebro, cuando tal vez no está plenamente desarrollado….” (*).

Hace muchos años, Dani, un alumno de entonces, vino a plantearme con lágrimas en los ojos su tragedia personal sobre el creacionismo. La maestra de religión se empeñaba en una lectura literal de la Biblia y los siete días de la creación que chocaba radicalmente con la evolución natural  que explicábamos en clase. Intentamos salir de aquel conflicto pidiendo a la compañera y a la familia la conveniencia de adecuar el lenguaje bíblico figurado al conocimiento real.  Sin embargo, recuerdo, en momentos como el presente, cuánto dudamos y qué poco avanzamos en la integración del saber,  en el respeto compartido, y en la ética que lleve a la persona autónoma y solidarias.

   (*) Siguiendo las aportaciones  y cita de  los acreditados profesores universitarios Zurita, Carrillo y Sánchez Ron.