Hace unos años nos planteamos que clase de educación queríamos para nuestra hija. La decisión fue clara y rotunda, los conocimientos los podría aprender en cualquier colegio pero … los valores no. Una enseñanza de calidad, laica, en la que la tolerancia, el respeto a la diversidad y a la diferencia, presidan el día a día, en la que quienes la enseñen estén por sus méritos y no por sus conocidos o sus familiares. Esa es la enseñanza que queríamos y cinco años después tenemos muy claro que acertamos, por eso cuando vemos esas caritas que se les ponen cuando van de excursión, cuando participan en las actividades del centro, cuando aprenden, porque viven en ella, que la diversidad es buena y que es tan divertido jugar con Paula como con Nadia, con Antonio o con Mike, con Ana o con Balaji. Con quien no tiene diversidad funcional y con quien sí la tiene, tan sólo hay que adaptarse y ellos lo hacen de manera natural.

En todo esto pensaba yo cuando la semana pasada los pequeñines de la clase de cinco años del colegio público de mi hija, fueron a visitar el parque de bomberos. Me los crucé por la calle, saludé a los que conocía y cuando ví sus caritas emocionadas recordé la de mi hija contándome, años atrás, con un casco de bombero de plástico en la cabeza que le tapaba hasta los ojos, como era el camión, los ruidos que hacía, como los bomberos les habían explicado que el fuego es peligroso y las precauciones que hay que tener. Me miraba sonriendo hasta con los ojos y me contaba lo bien que se lo había pasado con sus compañeros y compañeras, con el chico inglés, la chica ucraniana y con ese al que le cuesta un poco más que a los demás aprender, con … con sus amigos y amigas, con su seño y con los de la otra clase.

Recordaba yo la emoción que le producían y que le siguen produciendo todas las actividades que le permiten salir de su colegio para seguir aprendiendo, la obra de teatro en inglés, la visita a Baeza, al Conservatorio, … esos otros lugares donde seguir aprendiendo.

Creíamos, al menos yo lo creía, que quedaban lejos aquellos años en los que los padres tenían que pedir favores para conseguir que sus hijas e hijos entrasen en los colegios que ofrecían una “enseñanza de calidad”, en los que había que cumplir “requisitos” para entrar, con entrevistas a los padres y madres, con niños y niñas que permitiesen clases … uniformes. Sin embargo, desde que se promulgó la LOMCE, parece que “la pública” ya sólo será para quienes no consigan esos “favores de antaño”. Bajo una pretendida defensa del derecho de las madres y padres a la libre elección de centro, en realidad se esconde una privatización progresiva de la Educación cuando no, una certera pena de muerte de la Educación Pública a base de reducir los presupuestos destinados a ella.