En estos días ha muerto, seguramente porque ha querido hacerlo, Robin Williams, el entrañable profesor Keating en la película “El club de los poetas muertos”, el capitán de los versos de Whitman, el rostro de infancia recuperada de Peter Pan. Lo he sentido, es curioso cómo sentimos cerca la muerte de los actores y actrices, tal vez porque nos han acompañado en muchas facetas de nuestra vida. Es curioso cómo  los conocemos por sus películas y lo sentimos por ellos, o por nosotros.

Siempre me pareció un actor simpático y tierno, de ojillos pequeños y sonrisa intuida. Lo había visto en Hook, como un moderno Peter Pan, como la señora Doubtfire, que me parecía increíble la caracterización, pero sobre todo por el profesor de literatura John Keating en “el Club de los poetas muertos”, sobre todo por esta película rodada en 1.989. Me dio qué pensar, en su momento, por esa tremenda decisión, libre, de enseñar desde uno mismo, por esa apuesta de ser uno mismo enseñando, una lucha entre lo deseado y lo políticamente correcto, por esa valentía que a muchos enseñantes se nos ve tal vez no tanto en el fondo pero sí en la forma, o al revés, porque la responsabilidad, el no ser entendidos, el tratar con un material tan moldeable puede llevar a un camino no totalmente contemplado, con sus pros y sus contras. Nada se puede considerar sabio o justo, hasta que todo se haya cumplido. Por eso el aprendiz capta el talante, la libertad interior, cree en el enseñante mientras se le adhieren las pautas. Así, después, lo hará él sólo, aprenderá por sí mismo, verá todas las aristas y decidirá por él mismo lo que debe creer y como ha de vivir. Al profesor Keating le faltó tiempo para enseñar la prudencia pero el perfume queda, como quedó en ese “Oh, capitán, mi capitán” con el que lo despidieron encima de las mesas, viendo desde arriba en una de las secuencias más emocionantes que he visto. Por eso se fue tranquilo, habían entendido. Tal vez haya hecho eso con su propia vida.

En el club de los poetas muertos se aprende mucho. El profesor empezó quitando reglas para la poesía, la poesía es mucho más que enhebrar palabras que rimen. La poesía es pálpito, sentimiento, emoción, libertad, todo lo que conecta totalmente con el carpe díem desde dentro. Es el momento, el instante,  ahora siento esto y te lo digo y la belleza irá en lo profundo. Mañana tal vez sea otra cosa y también será verdad. No hay más que ver cuando se lee un poema traducido, no rima ni chispa, pero lo entendemos, porque es el sentir el que llega. Siempre lo he sostenido, no soy purista de lo externo, cuido mucho que lo expresado se corresponda con lo sentido. Y después que el lector/a le dé su significado, igual que enseñar. Como hacía el profesor Keating.

“Coged las rosas mientras podáis/ veloz el tiempo vuela/. La misma flor que hoy admiráis/ mañana estará muerta/. Esa es la finalidad de vivir el momento.

La poesía, el carpe díem y la importancia de alcanzar los sueños eran las vivencias que él intentaba enseñar. La libertad de adoptar los propios puntos de vista, innovar, con responsabilidad, siendo consciente de los límites, sin perder el tiempo, más bien ganándolo, derribando obstáculos… Apostando. Y todo, sin dejar de soñar.

Pero cuidado, jóvenes, como aquellos, que el curso de la vida no había terminado, primero siempre es lo apasionante y luego lo prosaico, todo es así.  El profesor Keating se fue, como ahora se ha ido Robin, los dos tal vez lo habían enseñado todo y vivido todo. Cuando los jóvenes le despidieron con “Oh, capitán, mi capitán” subidos a las mesas, vivieron su momento inolvidable, intenso e inmenso, pero después había que bajarse y seguir viviendo. Sus carpes diems no habían terminado, tendrían que vivir aún muchos más antes de ser libres como él. Y eso es siempre, hasta el final. Lo debió de ser para hacer lo que ha hecho. Y lo debemos sentir, pero también entender.