Así me siento en estos días : Como rama de oliva del cortijo que mi “amo” entrega a su hijo. Se están dando muchas versiones, no todas con la misma difusión, sobre la abdicación del anterior Jefe de Estado, Juan Carlos, a su hijo. Supongo que me asiste, como a cualquier hijo de vecino -de momento prefiero obviar lo de ciudadano- la posibilidad de expresar sentimientos y algunas de las razones acordes con los mismos sobre el citado evento.
Se veía venir, hace unos veranos, cuando la legitimidad constitucional se trastocaba, sin consulta a los paganos, reformando el artículo 135 que aseguraba el dinero (o deuda) a los banqueros patrios o alemanes. La renovación del Jefe de Estado, designado por el general Franco, también podía suceder sin que la ciudadanía, que de vez en cuando dice no sentirse representada, participe en la decisión.
Sí, se ha argüido que debiera haberse aprobado una ley orgánica (C.E. Art. 57) que hubiera abordado algunas cuestiones que no se han debatido. Hay juristas que opinan que de no exisitir la citada ley, habría de aplicarse la Constitución vigente que ordena que la abdicación se haga ante el pueblo soberano representado en el Parlamento y no ante el Presidente de Gobierno.
Por otro lado se han querido ver aspectos positivos como la exclusión de los familiares reales impuntados, o la ausencia de símbolos religiosos en la ceremonia y en la heráldica. Todos ellos datos laudables que debieran ser normales, aunque sin embargo para otras autoridades no lo son, en un estado aconfesional. Claro que, a renglón seguido, se compensa fijando como primera visita al Vaticano.
No insistiremos en que las funciones constitucionales son más simbólicas que intervencionistas, pues El Rey reina, pero no gobierna. Pero claro, el poder de los gestos se puede administrar con mayor o menor oportunidad y decisión. En el diálogo con la ciudadanía española, además de lo señalado sobre el pueblo soberano, representado o directamente en referendum, podría haberse iniciado sin seguir por el trillado tópico del terrorismo. No hubiera estado mal recibir a la representación de la población que con más rigor sufre hoy la presente crisis. Tampoco habría sido indecoroso algún gesto para la reparación de ese terror que aun permanece larvado en las cunetas. Éstos sí que habrían sido símbolos de renovación y legitimación para todos y todas.
Tal vez, estas sugerencias sean una impertinencia por mi parte. Y es que uno aspiraba a sentirse como algo más que una rama de oliva, o un súbdito.