El sol quiso despertar al parque, el día en que el hada blanca apareció la primera vez en el rincón de los rosales.
Todos dormían agrupados en el hospitalario hueco de un gran árbol, formando un amasijo de pelo, patas y colas, como un único ser pero con muchos sueños desperdigados en la noche.
Aquella mañana sorprendidos por la visita, aparecieron semi-escondidos entre la maleza más espesa del jardín. Desde allí solían asomarse para espiar la zona de atrás, la más oscura, la que esconde la historia del beso eterno, que tendremos que guardar para otras páginas de la vida de este parque.
Una a una, aparecieron las caritas bonitas tímidas e indiscretas, aquella señora de pelo blanco, asía entre sus manos, una trémula bolsita repleta de manjares; delicioso festín para un grupito de pequeños gatos.
El silencio se convirtió en un dulce sonido, el hada emitía una música cálida, coloreada de palabras mágicas, que hipnotizaron a todos los gatitos del lugar.
Suplantó la señora las ausencias de la vida con sus nuevos amigos. Nunca por la mañana, estaría sola, nunca por la mañana se había sentido tan viva, tan hada, la mayor benefactora de un cuento hecho realidad.
Un día tras otro, cada mañana, aquella viejecita de pelo níveo, repartía el contenido de su bolsita, entre tantas caritas bonitas que agradecían su presencia con sus maullidos, ella correspondía con su bolsita, una sonrisa y esa voz templada que los llamaba con dulzura.