Formaba parte de aquel bonito lienzo, aunque si un día faltase, nadie repararía en su ausencia. Su mayor escondite, la gran gabardina extremadamente inmensa para su reducido tamaño. El pelo, la barba y la suciedad, también le servía como refugio de las miradas que contemplan el alma, aunque para esta gente no suele haber de estas miradas.
Su entretenimiento, observar el lugar; a lo lejos la estatua de un señor con sombrero en mano, rodeado de palomas, la fuente al fondo, como ojo de un cíclope acostado, brillante, expectante al sol o a la luna, reflejando en su iris, cada instante de las risas y llantos del plano celestial.
En otro lugar, también miraba a los gatitos, en el rincón de los rosales, con sus caras tan bonitas que impacientes, esperaban día tras día, a su hada de pelo blanco. Una historia más del parque, que un día he de contar.
Tras sus ojos observadores, había una mente sumergida en la tristeza. Un día quedó a la deriva su última sonrisa y se perdió en el horizonte mordido por los sueños incumplidos, por las voces del pasado, por los espectros del olvido.
Cada rostro, era examinado minuciosamente. Su objetivo, encontrar una lágrima dejándose caer por la mejilla de algún desconocido o de algún asiduo del lugar.
Cada una que cazaba, formaba parte de una historia; relatos tristes de soledades, desamores, añoranzas, ilusiones apagadas por el viento del infortunio, sólo algunas veces, las menos, cazaba lágrimas de alegría, esas sólo eran perlas en un inmenso mar de desesperanzas.
Así pasaban los días, entre lágrimas atrapadas por su mente, como queriendo enjuagar aquellas tristes historias con su mirada. Arropado por sus cartones, se dejaba acunar por Morfeo bajo un banco en algún rincón del parque.