Con el móvil en la derecha, gesticulaba con la izquierda como director de orquesta en pleno concierto sinfónico, mano arriba y abajo según el ritmo e intensidad de la conversación.

Parecía preocupada, caminaba intranquila de un lado a otro. Del jardín, a la farola, de la farola al jardín, trazos de ida y vuelta parecidos a la de los pobres animales aburridos del zoo en la desesperación de su jaula.

Gesticulaba más de la cuenta, mostrado arrugas donde no las hay. De vez en cuando, se tiraba de la falda hacia abajo, lo hacía de una forma autómata, aunque realmente la falda no era corta; llegaba hasta las rodillas y éstas a la vez, estaban cubiertas por una media tupida de un color violeta apagado. Sería una manía de tantas.

Hubo un momento en el que tubo que cambiar de mano el teléfono, ahora con la izquierda, sujetaba el artefacto pero la derecha quedó caída, casi pendulante, como si el músculo hubiera quedado engarrotado después de tanto tiempo en tensión.

En esta ocasión, el recorrido fue más largo; pasó la primera farola, la segunda, la tercera, se desvió hasta el centro del parque y gritó:

-Oye, ¿no tienes otra cosa que hacer que mirarme?

-¿Perdón?- contestó el individuo disimulando y haciéndose el ignorante.

Este señor, era alto, muy alto, por lo menos eso le parecía a la chica. Vestía con ropa desfasada, sombrero en mano y pajarita, todo de un color… ¿metálico?

-¿Tú eres tonto o qué?- seguía increpando la chica a voces.

-Llevas más de media hora observándome atentamente. ¿No serás un pervertido?

Su cara tenía todo el poder de persuasión interrogativa de una profesional del orden público, y sin opción a que el señor del sombrero y pajarita todo de un color… ¿metálico? pudiera contestar, gritó de nuevo.

-¡Te quieres largar ya, so pesao!

El individuo sonrió y la invitó con la mano libre del sombrero, a que se acercara.

Allí, junto a los pies de aquel gigante metalizado, rompió a llorar.

-Perdóname- con un balbuceo entre lágrimas- Hoy, me he metido tanto en el juego, que casi he creído ser de veras una de tantas chicas que pasan por el parque.

La estatua, volvió a sonreír y le dijo:

-Por dejar de ser una paloma, yo tomo vida en esos instantes. No he de perdonarte, sino darte las gracias por fantasear conmigo; aunque me grites.

La paloma, aleteó torpemente posándose sobre la cabeza de ese señor del sombrero y pajarita todo de un color metálico, sí metálico.

-¿Mañana vamos a jugar?

-Cuando tú quieras, tengo todo el tiempo del mundo.

En otro lado del parque, bajo un banco, había un hombre mal vestido, arropado con cartones, parecía mercido dulcemente por Morfeo, pero esa es otra historia del parque.