De varias lecturas, extraigo el pensamiento sobre este (llamado por los cristianos) sacramento, llevándolo a mi forma de ver la vida. Lógicamente esta interpretación, muy personal, queda muy reducida por la limitación extensiva de un artículo.
Jesús fue beligerante, intransigente con la injusticia; no fue un ser apergaminado, pusilánime, como nos ha presentado siempre la religiosidad oficial, sino todo lo contrario… Conseguía sacar de quicio al poder establecido. No en vano los Evangelios Apócrifos, no los contempla la Iglesia oficial.
El mensaje de Jesús, es tan radical, de Amor radical, que llevado a su plasmación hoy, se convertiría en algo totalmente revolucionario.
Jesús dejó su familia, y siendo miembro de una familia numerosa que se sepa (cuatro hermanos y dos hermanas, que lo tildaron de loco) lo dejó todo y se fue a buscar a Juan Bautista, al Jordán.
Aquella era una época dura, como la de hoy, impregnada de miseria, muerte e “imperio”
Juan creía que había que renovar el corazón y el mundo, que había que romper las cadenas y quemar en el fuego todas las injusticias.
Había que sumergirse y emerger del agua, como “signo” de limpieza, con un corazón nuevo para un mundo nuevo.
Eso era lo que proclamaba Juan, y eso fue lo que atrajo a Jesús. El mensaje de Juan le llegó al corazón, tanto, que lo dejó todo y se fue donde Juan, como tantos otros, pidiéndole ser bautizado.
«Yo también (le diría Jesús a Juan) creo en el mundo nuevo, yo también llevo un fuego dentro de mí y he sentido el amor compasivo y poderoso de Dios. Yo también llevo un sueño prendido en el corazón. Quiero ayudar al espíritu renovador de Dios a cambiar el mundo. Estoy dispuesto. Maestro, bautízame». (Vicente Martínez, en feadulta.com)
Y Juan lo introdujo en las aguas del Jordán. Y salió del agua y respiró el aire de Dios a pleno pulmón. Estaba preparado para luchar por un mundo nuevo.
Eso fue lo esencial en el bautismo de Jesús. Luego se complicarían mucho las cosas.
A Jesús, le traía sin cuidado si cualquiera, era pecador y culpable en su esfera personal íntima, o no lo era, siempre que eso no hiciera daño a los demás.
Le importaba el sufrimiento del pueblo; no le importaba la culpa, sino el daño que nos hacemos unos a otros queriéndolo o sin querer; Jesús no veía que Dios tuviese nada que perdonar a nadie, como si fuera un juez arbitrario o un señor ofendido. Jesús veía más bien que Dios, quería renovarlo y liberarlo todo, el corazón y el mundo. Con su aliento Amoroso a lo sumo decía después de curar a alguien: “Tus pecados te han sido perdonados…Vete y no peques más”
Pero después, como siempre, comenzamos a retorcerlo todo. La Iglesia necesitaba conciencias con culpabilidad, para así poder manejarlas mejor.
En el siglo V, S. Agustín, impuso el dogma del “pecado original” y ligó el bautismo con dicho pecado original, y todo se enredó aun mucho más.
San Agustín enseñó que todos nacemos culpables, enemigos de Dios, condenados al infierno, y que, “gracias al bautismo” Dios nos perdona y nos hace hijas e hijos suyos.
Jesús no creía tal cosa… ni hoy resulta en modo alguno creíble. No, no nacemos culpables, sino que nacemos en un mundo lleno de limitaciones y heridas, y aquí seguimos viviendo, incapaces de hacer el bien que quisiéramos y muy capaces de causarnos unos a otros heridas irreparables. Miremos a los que mueren de hambre, miremos a los inmigrantes, miremos a las mujeres asesinadas por sus parejas, miremos a esta España con ocho millones de pobres de solemnidad.… pero con nosotros no va la cosa.
No nos bautizamos porque seamos culpables desde el comienzo, sino porque somos Amados desde el comienzo, por esa energía cósmica de Amor.
Nos bautizamos porque creemos que el bien es más natural y poderoso que el mal, y porque queremos renovar el mundo con nuestro compromiso, de la mano de la bondad de Jesús, el “poeta de la compasión” El poeta y el profeta compasivo, solidario con el que sufre, tanto en la esfera social, como personal.
Nos bautizamos porque creemos en la bondad del ser humano y porque no queremos que haya ningún “imperio” en el mundo, salvo el imperio del Amor a nuestros semejantes.
Nos bautizamos porque creemos que todos podemos ser hermanas y hermanos, y porque queremos que la Iglesia de Jesús sea hogar y casa de acogida universal.
En esa fe y en esa esperanza, se bautizó Jesús y en esa fe y en esa esperanza, deberíamos nosotros haber sido bautizados con una edad ya adulta, a través de una decisión exclusivamente personal, si resulta nuestra opción. Porque un bebé de tres o cuatro meses, ni sabe hablar, ni ha adquirido la capacidad de pensar, que lo lleve a comprometerse consciente y consecuentemente, con este mundo, en la lucha por la Justicia, que tan magníficamente nos narra el profeta Isaías.
La cruz personal que lleváramos en este mundo, debiera ser, aquella que llevan los que sufren, los que, despojados de todo, sólo les queda nuestra hermandad y solidaridad.
UNA CRUZ SENCILLA
Hazme una cruz sencilla,
carpintero…
sin añadidos
ni ornamentos…
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos…
sencilla, sencilla…
hazme una cruz sencilla, carpintero.
León Felipe