Prescindiendo de las distintas concepciones sobre si el arte es pura creación o perfecta imitación de la naturaleza, sí me interesa plantear éste como un momento de íntima pureza en el que se da vida a una idea en la soledad buscada.

Escribir poesía, o prosa, pintar, componer una obra musical, desarrollar una coreografía en la danza, no deja de ser un afecto embarazo, que posteriormente alumbraremos como un hijo y que como un bebé, ha estado en nuestras entrañas para ser puesto en libertad posteriormente, ofreciéndolo a la luz y al mismo tiempo, otorgándole la independencia para existir por sí mismo, dejando de pertenecernos.

El ser humano, ha tenido siempre la necesidad de perpetuarse, no sólo como especie, reproduciéndose, sino también como ser superior a través de sus ideas.

Para ello ha necesitado de la expresión artística, convirtiéndola en pura necesidad para su desarrollo y su equilibrio emocional y espiritual.

Por tanto podremos decir que el arte es al hombre como el agua es a la vida y que sólo desde un estado de armonía consigo mismo, el artista podrá crear para sí, y posteriormente, alumbrar, presentar su fruto al exterior.

Pero en esta línea de similitud con la madre que engendra un hijo, el artista puede estar sometido (pues a fin de cuentas es un ser humano), a cualquier antojo, capricho o irascibilidad, de otro lado propios de su estado de “embarazo”.

La cosa se complica cuando creemos que el ser que nos ha nacido, es más que el de otro, comparándolo soberbiamente, parangón que de otro lado, en nada favorece a nadie y menos a la creación artística como tal.

En el amplio espectro que conforman los artistas, se produce la gran dicotomía, la paradoja de las envidias y las rencillas personales, por creer que nuestra obra es la mejor.

El auténtico artista es ordenado en el sacramento del arte, por su propia producción y nada más. Será en todo caso la opinión pública sobre sus obras, la que decida.

Hace años aparecía en un periódico de tirada nacional, un artículo crítico de un escritor español titulado “Vamos a menos”. Por casualidad cayó recientemente en mis manos haciendo limpieza de papeles y ello me ha movido a escribir este artículo.

Me pareció deplorable esta crítica en su conjunto, aunque he de reconocer que en algunos puntos tenía mucha razón, pero esta razón se deslegitima, cuando para expresar una disconformidad con un polémico premio de aquel año, se saca toda la artillería y no se deja títere con cabeza.

Siendo respetuoso con las personas, he de decir que nunca me han gustado las formas públicas del por entonces premiado ni de quien lo criticaba.

No leo cualquier libro que cae en mis manos, porque procuro hacer una lectura selectiva como hace todo el mundo en función de quién escribe, lo que se escribe y si el autor es coherente. Suelo leer también a gente que no está en mi sintonía, porque eso me permite tener una mayor amplitud de miras, dándome un mayor equilibrio personal y emocional. Realmente a quienes hemos etiquetado, sin apenas conocimiento de su persona, resulta que nos dan una lección difícil de olvidar y se ha de tener la humildad y la honestidad de aceptarlo.

Es lamentable que quienes presumen de cultura, que supuestamente son generadores de opinión y de sentimientos en el resto de la ciudadanía, nos muestren sus envidias y sus soledades, que no interesan a nadie. Actitudes así, sólo sirven para denigrar esta bella faceta de la expresión humana y artística.

Porque entonces, en este caso, no se produce ya necesidad alguna por el arte, quedando algo de lo más noble del ser humano (que es la necesidad de transmitir experiencias de vida) como meretriz en cualquier esquina, dañando irremediablemente a la propia creación y a quienes honestamente viven de y para ella.

Evidentemente. Alguien dijo y yo lo suscribo también, que “La Cultura ha sido sustituida por su simulacro mediático y nadie o muy pocos elevan la voz contra ese estado de cosas”.

Pero aún teniendo razón en algunas cosas, sí hay artistas que siguen marcando este “tempo” de rencillas y envidias, haciendo flaco favor al arte del cual viven y al arte y artistas en general.

La pureza íntima para crear debe ir inexcusablemente unida a una actitud de honestidad para consigo mismo y para con los demás, aunque se esté en desacuerdo con ellos.

Acuarela de Xóchitl Espinoza

Acuarela – Xóchitl Espinoza