Llevaba tantos años
despierto, que sus parpados
aprendieron a soñar solos.
La lluvia era de arena
y las flores, candelabros
de bronce con velas
rojas y espinas.

Los muertos jugaban
al villar con sus huesos,
y hasta el giro de la tierra
había cambiado rotando
hacia sus polos. Allá donde
había esperanza, revoloteaban
golondrinas blancas sin rumbo,
sin estación donde acudir cada año.

No había sol, no servía una sonrisa
para iluminar el día,
aunque después de tantos años
despierto, se olvidó que
el despertar no existía.

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