Poco a poco se va escenificando la desvergüenza de este gobierno y concretamente la del Ministro Wert al que en las redes sociales se le vincula con una frase muy aclaratoria: “la estupidez se mide en Werts”, y yo añadiría que la indignación que se mide en estupefacción ante lo que no es concebible. Eso es lo que nos paraliza. Tiene que ser eso, no podemos creernos tanta o inutilidad o mala leche.

Yo recuerdo que el día 23F del 81, el día del Golpe de Estado, las personas mayores se asustaron y las jóvenes seguimos con nuestras actividades, ya profesionales, como si nada. Tenía una reunión en el colegio y todos nos vimos allí, resistiendo ante la posibilidad de que nos detuvieran porque ya se hubiera suprimido el derecho de reunión. Los jóvenes, ya digo, no podíamos concebir algo parecido, habíamos luchado ya algo y no teníamos sensación de peligro, simplemente no nos lo hubiéramos podido creer e incluso estábamos dispuestos a que nos hicieran lo que quisieran sin claudicar. Vivir aquella experiencia, que todavía remueve mi adrenalina, nos hizo comprender muchas cosas. Comprendimos el silencio y el miedo de quienes habían sufrido la dictadura y la represión, quienes se habían decantado por la izquierda y quienes tenían nostalgia de la guerra, fachas totales, que hasta empezaron a desempolvar algunas armas, dispuestos a enrolarse de inmediato. Ahí nos dimos cuenta lo que habíamos mamado en nuestras familias y por qué, siendo jóvenes, habíamos luchado por la democracia. Así, instintivamente.

Aquello fue un Golpe de Estado en toda regla y yo aseguro que mi sensación profunda era no podérmelo creer porque no podía ser posible, aunque adelanto que tardo en caerme del guindo. Y no fue posible porque el clamor de libertad tapaba algunos comportamientos retrógrados en los que vi realmente esa bravuconería que debió existir cuando se dio el otro golpe de estado y las masas querían cargarse unas a otras… Esas miradas y esas chulerías. Pero estábamos en 1.981, habían pasado ya 45 años, ya no podía ser posible, aunque estuvimos en un tris de liarla otra vez. Lo habríamos hecho, muchos lo habríamos hecho, así entendí cómo se empieza.

Bueno pues ahora con todo lo que estamos viviendo y padeciendo existe otro golpe de estado, solapado, incruento – y no tanto – y vergonzoso, pero no sé qué ha pasado que el clamor de indignación, que sin duda existe, está muy dividido, no sé si es, de nuevo, porque los jóvenes siguen sin podérselo creer o porque a la generación anterior, la mía, nos han acabado venciendo con sólo dejarnos la palabra y la cordura.

No hay nada cómo ver la cara que se les ha quedado a nuestros jóvenes Erasmus cuando con alevosía les han quitado las ayudas del Estado a sus estancias en Europa, total 100 Euros más o menos. Iban a perder al menos dos años y encima empezado el curso. ¡A quién se le ocurre! Menos mal que  ha sido tal metedura de pata, hasta para los suyos, que el ministro no ha tenido más remedio que retractarse aunque no de dimitir como deberían hacer los verdaderamente inútiles o defraudadores.

Yo cuando escuché sus balbuceos, tics y sujeciones de corbata, pensaba cómo no le habían parado antes, no puedo ni creerme que ni el presidente sepa por dónde van sus ministros, aunque una de dos, o no se ha enterado y le han dejado en ridículo o sí lo sabía pero no hizo caso porque sólo sabe ver el déficit y los recortes. Por la cara de la vicepresidenta, que esa sí que es lista, creo que no sabían nada, así que no sé cómo lo mantienen ahí.

Total, que se pospone para el año que viene, pero ojalá no le dé tiempo porque entonces ese invento necesario que es el Erasmus nos desvinculará definitivamente de la cultura de Europa. Podéis decirme que los chicos y chicas se divierten, cosa que me parece bien, pero me gustaría que se trascendiera y se pensara que no es sólo eso, ellos estudian, aprenden de otras culturas, perfeccionan idiomas, asisten a avances que nosotros no tenemos, se desarrollan en libertad, pueden vivir independientes de sus familias… Y a propósito de esto último, me encanta, porque cuando vuelvan, si todo sigue igual, ni se sabe cuándo van a dejar de depender de todos nosotros y por lo menos que sepan lo que es. Vive y deja vivir, ministro, que ya se sabe: “cuando el diablo no sabe qué hacer, porque no sabe de nada, mata moscas con el rabo”. Y de eso estamos asistiendo a mucho. ¡Qué época, Señor!