Otra vez apareces, me hormiguean
las manos, sintiendo bajo mi piel
aquella vil oruga fumigando
uno a uno el entramado de mis nervios;
anaconda voraz de mis sueños,
me haces sentir marioneta sin cabeza
cuyos hilos manejas a tu antojo.
Duele, cierro los ojos y duele,
entremezclo una sonrisa con
esa mueca de retorcimiento, por
acallar penas, por disimular
las desganas y el sufrimiento.
Y al final, sólo me queda
aquel semidios de farmacia,
esa droga legal que me duerme,
me retrae en metáfora,
ahuyentando por un tiempo
(y cada vez menos)
el dolor de mis sentidos;
mercader (y cada vez más)
de mis sentimientos.