Me resulta increíble y me alarma la facilidad con la que los medios de comunicación y personas afines a ellos: periodistas, tertulianos, etc. han sido capaces de emitir juicios de valor y, peor aún, explicaciones “objetivas” acerca del desafortunado incidente de Santiago, metiendo la pata hasta, como vulgarmente se dice, el corvejón en sus apreciaciones, y es que uno no puede saber de todo. No cito nombres por vergüenza torera.

Ya desde el primer momento, se intentó criminalizar al maquinista, que parece ser que tuvo un fallo, en efecto, pero sin esperar a analizar otras variables.

A renglón seguido los jefes de las distintas secciones ferroviarias de este país (políticos o burócratas, no técnicos) quisieron dejar bien claro que los medios técnicos eran perfectos y que no había habido fallos de tal índole.

Más tarde, los políticos profesionales desviaron la atención del asunto engrandeciendo la labor humana de vecinos, sanitarios, voluntarios y donantes de sangre.

La información veraz, ya sin más remedio que admitirla, comenzó a salir a la luz a partir de la intervención policial y judicial, sobre todo a raíz de la apertura de las cajas negras. Y más que tiene que aparecer.

Con independencia del descuido, error probablemente imperdonable para las víctimas del maquinista y de quienes al parecer pudieron telefonearle, y por el que tendrá que responder, existen datos que nadie se ha atrevido a sacar a colación por miedo a perder votos en futuras vistas electorales, porque tanto el gobierno actual como el anterior son responsables de un hecho evidente:

No existían, ni existen, medidas de seguridad, más allá que las meramente humanas, como levantar el pie del pedal ante un mareo del maquinista y la consecuente frenada del tren, para hacer parar a una mole de hierro que circula a 200 Km./h en caso de despiste humano, por ejemplo balizas en las vías que hagan frenar al tren cuando supere la velocidad permitida por el trayecto en cuestión, porque son muy costosas.

Algún experto incluso ha apuntado la existencia de las mismas, pero sin estar activadas.

De cualquier manera, si un vehículo que va a esa velocidad y en su interior alberga a unos 200 pasajeros, y no puede tener seguridad ajena al factor humano por cuestiones económicas, la cosa es bien sencilla, no permitan señores gobernantes que estos trenes, llamados de Velocidad Alta, circulen a esa temeraria velocidad, no vendan la moto de los kilómetros que dispone nuestro país de vías de alta velocidad.

Parece ser que en los trenes de Alta Velocidad (AVE), que alcanzan hasta los 320 Km./h sí existen estas medidas de seguridad externas.

Y otras cuestiones que nadie ha querido ver, por ahora:

¿Por qué la máquina no se sale de las vías al tomar la curva y sí el vagón que trae detrás, que no pertenece al tren original sino que es un generador añadido para conseguir el voltaje necesario para que estos trenes consigan la velocidad deseada, ya que el voltaje de la catenaria, del cableado eléctrico, es muy inferior al necesario?

¿Por qué se arrugan los vagones de pasajeros como un acordeón ante el empuje de un último vagón generador también, no original del tren Alvia, y el parapeto que hace el primero de tales generadores?

No sólo quedan muchas respuestas acerca de lo ocurrido, también muchas preguntas y, seguramente muchas opiniones. Pero, quizá no todas las reflexiones y acciones necesarias para evitar futuras catástrofes de similares características.