“Un viejo marinero dejó de fumar cuando vio que su loro tenía tos y que tosía cada vez más. Tenía miedo de que el humo de su pipa, que casi siempre llenaba su habitación, fuese perjudicial para la salud de su animal. Luego hizo que un veterinario lo examinara y tras un concienzudo examen, determinó que no padecía psitacosis, que el loro no padecía ninguna enfermedad respiratoria, sencillamente imitaba la tos del empedernido fumador que era su dueño”.

De esta fábula podremos deducir algo muy importante en materia de educación. Que los hijos en presencia de las virtudes de sus padres, son virtudes lo que reflejan, y en presencia de malas costumbres, reflejan también esas malas costumbres. Somos un espejo para ellos.
Si nuestros hijos, son educados conforme a una escala de valores en la que estén presentes la honestidad, la autenticidad, el respeto al otro, el amor a los demás, la generosidad, el valor del esfuerzo personal, el ser transparentes en la vida, la co-responsabilidad en la familia etc., vivirán estos valores del modo más natural, porque con la educación, con el ejemplo de sus progenitores, tendrán como normales, actitudes de vida, que a muchos otros les parecerán poco habituales, cuando no raras o extemporáneas. Hay jóvenes de enormes valores, aprendidos en sus casas, muchos jóvenes, más de lo que parece. Yo tengo esperanza en esta juventud.

Pero también hay jóvenes que naufragan en el mar de la ignorancia, de la intolerancia, la indiferencia, la desidia, el hastío, la pereza, la envidia, el odio…

Sus casas, son todo menos su hogar. Nunca han oído hablar del bien y del mal; del sentido ético de la vida, de valores humanos, de decencia, de ser solidarios con quien sufre…
Pero por desgracia éstos no son los temas de conversación de un número importante de padres y madres con sus hijos; es más, en muchas casas, ni tan siquiera existe el diálogo.
Nos echamos las manos a la cabeza ante las actitudes de algunos jóvenes. Los anatemizamos sin caer en la cuenta de que el principal responsable, o al menos en una parte importantísima, es el entorno familiar. Estamos generando pequeños y caprichosos monstruitos. Casas, familias deshechas por un matrimonio que no funciona. En muchas ocasiones un padre que maltrata, alcohólico, drogadicto, o demasiado ocupado; en otras, una madre demasiado madre (blanda), que oculta las cosas de sus hijos al padre; otras, utilizando a los hijos como arma arrojadiza contra el cónyuge, para hacerle cuanto más daño mejor.

Ninguna referencia al valor del esfuerzo personal, a sus obligaciones para consigo mismo y la sociedad. Unos niños que creen merecerlo todo; unos críos, víctimas de la pseudo-cultura de la ropa de marca, de la enfermiza obsesión por su imagen personal, de ser a toda costa los líderes del grupo, con violencia si hace falta, donde la fachada, intenta llenar el vacío con que esta sociedad los inunda, los ahoga con la contracultura de la necedad, de lo zafio, de la consecución fácil de objetivos sin esforzarse para ello, incapaces de valorar las cosas.

Y mientras, estos infaustos padres, orgullosos de sus polluelos.

Cada caso no es igual, ni cada niño rebelde es potencial o realmente un peligro para quienes les rodean. Hay casos en que los padres, unos buenos padres, se sienten desbordados sin saber qué hacer, porque lo han agotado todo, han dado lo que ellos creen mejor a sus hijos y han fracasado…

Atajar la violencia de los jóvenes, atacar el machismo desde la escuela, es un deber que tenemos, padres y docentes. La Violencia y el machismo,en último extremo, tiene que estar penado legalmente, pero de verdad, sin concesiones absurdas derivadas de la “Ley del menor” que demostrado está, para nada vale.

¡Ya hubiese muchos jueces como el juez Calatayud, cuyas sentencias ejemplares intentan (y de hecho lo logran) reconducir mediante la reflexión y las prestaciones sociales como condena, el delito contra la sociedad de esta parte de jóvenes.

La pelota, nunca más claramente, ha estado en el tejado de los padres. Y estamos obligados a luchar contra esto.

Dos propuestas para terminar: tendría que haber más escuelas de padres. Ya sabemos que hay muchas. Pero debería haber más. Mejor organizadas y con programas más incisivos.
Segunda propuesta: el ministro Wert, sumiso a algunos obispos miedosos, suprimió la Educación para la Ciudadania. Unos ciudadanos no formados son borregos fáciles para los poderes civiles y eclesiásticos. Atreverse a pensar es todavía peligroso para algunos..
No queramos verter en la docencia nuestro fracaso como padres, como sociedad. No señor, no sería justo. Los docentes están para transmitir conocimientos, no es su responsabilidad la educación de los alumnos, (aunque pueden y deben ayudar) porque para eso están sus padres.

La educación comienza si me apuran, en el vientre de la madre y después en cada toma de pecho.

El espejo del bosque - Foto: Jordi Caasempere

El espejo del bosque – Foto: Jordi Caasempere