Dos millones de mosquitos

a mi alrededor y yo

aquí, escribiendo, retorciendo

el boli entre cuadraditos

perfectos de una antigua

libreta en desuso.

Dos millones de mini-extraños

alados, olfateando mi piel

que bajo su capa puede

tener, un torrente manjar

de sangre dulce para darse

todos ellos con mi cuerpo

un festín, y yo sin repelentes

ni insecticidas con que defenderme

de sus hambrientas intenciones.

¿Y si grito? ¿tendrán orejas

estos puntos con alitas

que me miran sin piedad?

Animales, fieras más grandes

se asustan ante el grito.

¡Ahhh!

¿Un grito para tantos desordenados

invasores? No, gritaré otra vez

y más fuerte, tal vez piensen

que no va con ellos.

¡AHHHHH!

No se mueven, ni se

inmutan, aletean ofuscados

en mi persona que va

sufriendo desde hace

horas sus perversos picotazos.

He de gritar más fuerte

para que mi voz paralice

sus alas, dejando su

danza sublime alrededor

de mi persona.

¡AAAAHHHH!

Mi conclusión es clara:

seguiré siendo manjar

en la peguntosa penumbra,

rascaré mi piel por el

efecto de mis ronchas

y sobre todo, que los mosquitos

señoras y señores, son sordos.

Invasión

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