He llegado a un estadio de mi vida en la que he visto y comprendido que sólo me debo a mi conciencia y a los demás.

La inefable educación Católica que recibimos aquellos que ya contamos más de 50 o 55 años, no ha supuesto por suerte para mí, un bloqueo como por desgracia supuso para muchos, pues tuve la suerte junto a bastantes jóvenes, cuando éramos adolescentes, de hacer una parada en este tipo de educación y a través de una intensa formación en grupos cristianos, comprometidos con la sociedad de nuestro tiempo y aprendimos a discernir, pudimos renacer de nuestras cenizas y despojarnos de los lacres que el Nacional Catolicismo de aquel tiempo, nos había endosado. Y personalmente debo mucho a algunos profesores de SAFA, así como a varios sacerdotes que en aquellos difíciles tiempos fueron nuestros guías y nuestros referentes morales y sociales, gente comprometida con su mundo.

Hoy no obstante, con esa suerte personal que antes reflejo, no educaría a un hijo mío en ninguna religión. Me volcaría en una educación que hiciese hincapié en los valores éticos, morales y humanistas de la persona, y si después, como fruto de esa asumida educación, siendo yo el espejo donde se mirase mi hijo, él desembocase maduramente, responsablemente, en la necesidad de una vivencia religiosa como compromiso con el mundo, me sentiría doblemente satisfecho.

Esto a alguien quizá le pueda parecer escandaloso, pero cada día que pasa, observo que no vivo ningún tipo de contradicción en este aspecto, porque se puede ser cristiano-católico y estar de acuerdo con valores de otros credos y sin comulgar obligatoriamente con los dogmas que imponen quienes rigen las religiones para tener así, mejor atadas las voluntades, las conciencias y poder manipularlas.

Para mí, el Cristianismo es liberador y esto supone vivir la Fe, la Esperanza y el Amor (que no Caridad, una palabra tan manoseada) en la libertad relacional con un Dios Personal y Cósmico, que no nos machaca con imposiciones, sino que nos plantea proposiciones… “El que tenga oídos que oiga” Mt, 13 1-9.

Porque se ha relacionado intencionadamente a la Fe de los creyentes, con los postulados que a veces son antitestimonio de esta Fe. La Fe, va ligada íntimamente a la espiritualidad y es un acto libre del ser humano, sin obligaciones, sin ataduras absurdas, con los límites morales, eso sí, que suponen nuestra relación con el hermano. Y cuando hablo de esta Fe, no la estoy circunscribiendo a una obligada religiosidad. Porque la Fé es algo poliédrico, con muchas caras y cada uno elige con la que se identifica.

Sólo así, desde esta libertad de conciencia (que nunca es engañosa) y desde el respeto a nuestro hermano, podremos crecer en un humanismo liberador, que acaso pueda desembocar en lo que todos buscamos, pero si no desemboca de manera consciente no pasa nada, porque al ser humano que ama auténticamente con el corazón, su corazón será la validación y el sendero que lo conducirá a la plena realización personal.

Porque el Ser Supremo, esa energía cósmica de bondad que se vierte sobre todos nosotros, esa conciencia personal y social, nos preguntará cuánto hemos amado. Ese Ser Cósmico concretizado para mí en Dios Padre, Dios Madre, siempre sostendrá nuestro corazón entre sus brazos y tenemos muchos ejemplos en la historia de la Humanidad de gente que ha amado.

Una pequeña fábula de un entrañable maestro de la psicología, Jorge Bucay, nos cuenta que una persona muy espiritual, un hombre, acostumbraba a pasear por la playa cada atardecer en compañía de Dios, de tal manera que en la arena se veían dos huellas diferentes, una la suya y la otra de Dios.

Pasó un tiempo y el hombre vivió momentos de tribulación, muy duros en su vida. Ya no había dos huellas, sino sólo la suya.

Un día volvió a aparecer la segunda huella en la arena y éste hombre preguntó: “Señor…¿ donde has estado cuando más te necesitaba? Y el Señor le respondió: “En tus momentos más difíciles, yo he estado contigo. Ciertamente no has podido ver mis huellas, porque yo te sostenía en mis brazos”.

Nunca a mis sesenta años, educaría a un hijo mío en ninguna religión, sino en valores humanos. Y si él o ella optan por alguna experiencia espiritual y además religiosa, sería bajo mi óptica, que tomaría una decisión como adulto y estas decisiones son las que perduran.
“El amor, la amistad, son como la fosforescencia, que resplandecen mejor cuando todo se ha oscurecido”.

Foto: Murdelta (Licencia Creative Commons)

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