Hace dos fechas empecé el día escuchando a Chavela Vargas, hubiera sido su cumpleaños para llegar a los 94. Me lo recordó Google que había elegido su fisonomía para su doodle, sí, ese dibujito que nos saluda todos los días. Sólo desde el pasado mes de agosto, en el que se agotó su voz rota y quedó en silencio, estamos sin ella.

No lo hago a propósito, pero pudiera parecer, y así pudiera ser, como hubiera dicho Pirandello, que al estar tan confusa entre la realidad y la apariencia, entre lo verdadero y lo falso y me aburre tanto seguir y seguir en el laberinto de esta actualidad que no nos lleva a ninguna parte, pues no quiero hablar de ello y estoy prefiriendo irme de vez en cuando con los iconos que me gustan y que son los santos del hoy. Mi santa de hoy es Chavela Vargas porque me apetece mucho intentar descubrir por qué necesitaría dos vidas esta mujer longeva, rica en experiencias y que es el título de sus memorias, escritas por la periodista mexicana María Cortina. Y mientras escribo me decido a escuchar su voz desgarrada y llego, qué casualidad, a “fallaste, corazón”, esa venganza hecha canción sin intención de consolar, ni de dar tregua a las “tocas” de esa ruleta donde… a veces se gana y a veces se pierde, a veces se empieza y a veces se acaba. No te libras de nada. Ya sabes, corazón, si apuestas… te equivocas. Palabra de Chavela.

No sé si Chavela necesitaría dos vidas por empezar de nuevo o por vivir más y más. No sé si sería por una infancia sin amor, veinte años de alcohol, un cambio de patria, una expulsión de la Iglesia o una homosexualidad confesada al principio del milenio. No sé si sería por las mujeres que amó y no la amaron o por las mujeres que la amaron y no amó. El caso es que ella dice que necesitaría dos vidas y yo se las daría, aunque creo que ya, llegados a este punto, es mejor dejarlo todo como está, mi querida chamana.

Ella cantaba rancheras con su eterno poncho rojo. Decía que quería dar seriedad a una música que sólo servía para “pachanguear” y lo hacía jugando a la ambigüedad desde la perspectiva machista, desde el desgarro emotivo que trataba amores y desamores casi siempre con el alcohol de por medio. Aparte del poncho rojo, vestía como un hombre, fumaba tabaco de hombre, bebía muchísimo, hasta llevaba pistola, pero cuando yo la he visto cantar… ¡qué atractivo, cara y alma de mujer tenía!.

Hace dos años vino a España, yo dije que se podía aprovechar para darle el Premio Príncipe de Asturias de las artes, que no iba a dar tiempo otro año y se dijo que ya tenía la gran Cruz de Isabel la Católica. Pues nada, una contrariedad que se cumplió. Pero volvió el año pasado en su última aparición pública y su última actuación para presentar su homenaje personal a Federico García Lorca con su libro-disco Luna Grande. Aquí se acabó de agotar, se despidió de todos, sólo sobrevivió un mes más.

Ella no creía en nada pero eso ahora no importa, yo la imagino en algún lugar donde se deben reunir los contemporáneos que se fueron, clasificados por siglos o por afinidades y habiéndose reencontrado con Federico y Frida, dos de sus amores. Es curioso porque Federico y ella no se conocieron nunca, pero un día que vino a la Residencia de Estudiantes y durmió en la habitación que había sido de él y creyó ver un pájaro amarillo, desde entonces sus encuentros fueron a través de la poesía y la música. Hasta el punto de creerlo un amor de su vida. Frida fue la amiga y la amante, probable, la que esparcía ternura como flores, la que estaba rota pero no enferma, la cejijunta querida por Chavela, la dependiente de Diego Rivera hasta la muerte.

Me los imagino a los tres, un poeta, una pintora y una cantante. Y como eran, y como fueron… Libres ya y vitales. Ahí es nada. Me los imagino, y me estoy divirtiendo, cantando… “Ponme la mano aquí, Macorina, ponme la mano aquí”. Impresionante. Oídla de nuevo y os alegrará la vida. Es el homenaje más imperecedero. Su rúbrica.

Chavela Vargas

Chavela Vargas – Foto: Adri Lagunes (Licencia Creative Commons)