Los poemas de la Alhambra, de ediciones Mandala, es una obra de José María Torres Morenilla, que nació en Granada en 1945. Quince años después se traslada a Madrid. Desde que acabó la carrera de Derecho, ha dedicado a Granada todo su tiempo libre; por ello su pasión y nostalgia rezuman en todos sus poemas. Desde niño paseaba por la Alhambra y no dejaba de escribir. Pasados los años, Internet le dio la posibilidad de ir difundiendo su extensa obra, literaria y pictórica. Con los Poemas de la Alhambra, editados por primera vez, el autor decide pasar a la comunicación impresa con sus lectores: poesía que cabe en un bolsillo, pero desborda el corazón.
Los Poemas de la Alhambra serán un clásico en poco tiempo. Bastará con que su difusión impresa continúe el mismo ritmo con que son citados por guías turísticos, agencias de viaje, foros de Internet y estudiosos de Granada y su Alhambra. Este poemario no es localista ni folklórico, sino profundo y existencial, pues nombra con belleza y sencillez la esencia de la vida y de su entorno.
Dedicado a la Alhambra de Granada, a la torre bermeja, el Generalife, La Torre Rosa, Santa María de la Alhambra, la ciudadela del monte, las colinas del orbe, etcétera, pasa a un segundo capítulo del libro llamado “Los poemas de Granada” donde recrea al río Darro, sombras de Granada, el Cristo de Granada, etc., y por último, pasa a un tercer capítulo llamado “Pulsos de mi tierra” en el que nos habla del Realejo, El Campo del Príncipe, Calles de El Albaicín, la Abadía, Camino del Sacro Monte, etc.
En palabras de Alfonso Colodrón, que lleva a cabo el prólogo de este libro, hablar de José María Torres Morenilla implica introducir al poeta de la Alhambra, como le han llamado en foros de Internet y los turistas que acuden a Granada.
No hace falta ser granadino ni conocer la Alhambra. Basta con algo de sensibilidad, sentido común, filosofía profunda, necesidad de belleza o visión penetrante.
Un clásico lo es por su estilo, sus metáforas, su métrica, aunque solo el tiempo convierte a los poetas en clásicos. Es también sorprendentemente moderno. Utiliza voluntariamente lenguaje actual, a veces cacofónico, en ritmo y rima musical de notas átonas. Cumple siempre, sin defraudar la máxima de todo poema, de toda poesía: que empiece con belleza y acabe con sabiduría.
Con esta obra nos centramos en la Alhambra, Granada y la infancia, que el autor consigue aunar, integrar, unificar, contra toda previsión, circunstancia, viento y marea.
Hay poetas de la forma y poetas del Fondo. José María Torres Morenilla es un poeta filosófico, a base de observar, pensar, hacer sinapsis, sufrir y seguir viviendo con los ojos muy abiertos. Es necesario además, una enorme sensibilidad, una empatía por el entorno, personas, animales, plantas y cosas. Hasta ver la enorme belleza e importancia de un simple charco, de una cebolla, sus capas y su corazón des-capado.
Morenilla añora Granada. Es una añoranza de las entrañas y por ello su poesía le fluye visceral. Añoranza y pasión no son suficientes, no obstante, para que la vena poética cristalice en versos que perduren, lleguen al corazón y al alma. Es necesaria la visión pictórica –Morenilla es un excelente pintor y sus mejores cuadros se centran en su pasión por Granada y su Alhambra, ilustrando incluso la portada del libro con su pintura- , la profundidad de las tripas y el vuelo de la mirada.
Y es aquí donde los lectores pueden estar seguros de no hallarse ante un poeta folklórico y provinciano, sino ante un místico que se ignora, un alma grande que solo sale de su jaula a través de este darse generosamente en sus versos. Versos que tienen resonancias de Fray Luis de León, Góngora, Quevedo, Rubén Darío, Antonio Machado, García Lorca, Gerardo Diego y Antonio Gala, pero sin ser copia de ninguno de ellos; pues sin haberlo leído demasiado, también recuerda a veces al gran poeta estadounidense E.E. Cummings.
Y de fondo, siempre el amor. No solo por Granada, no solo por la Alhambra, no solo por el Darro, el Generalife o el Sacromonte. Sino el amor mismo sin objeto, o el amor de los enamorados que encuentran su cobijo, nido y escenario en esos paisajes añorados.
El itinerario métrico y rítmico de Los poemas de la Alhambra son un ejemplo de lectura y escritura para cualquier poeta que quiera escribir sobre su ciudad o pueblo natal y seguir el ejemplo de José María Torres Morenilla.
A continuación expongo tres poemas de este libro que me han llamado la atención por su rima monorrima, el titulado “Los bosques de la Alhambra” destaca por su rima monorrima asonante en e-o.
Santa María de la Alhambra
Ave María,
toda llena de blanco y de poesía,
torreón bajo las tejas de la alegría,
campanario de las estrellas, luz del día,
novicia recién togada en teología,
estandarte del guerrero de más valía,
madre de los recovecos y de las lejanías,
diosa que nunca pesa, voz de aljamía.
La ciudadela del monte
Alhambra, vergel de sombras, en el agua encantada,
con los oscuros olores de la tierra mojada
y los claros cristales de su alma intransitada,
paraíso escondido, en muchos siglos olvidada,
nacida desde lo mismo y que parece inventada,
cada día es más nueva, cada día es encontrada,
apostada frente al viento, defendida, amurallada,
con las grietas de los tiempos de la belleza parada,
que habla de las victorias y que fue la derrotada,
ora estrella, ora surco, ora arquitectura hilada,
fuente del espejo limpio, quieta luz, inmaculada,
serrana que señorea sobre la vega azulada,
con un alfanje invisible, en su mano levantada,
defensora de un tesoro vinculado a su Granada.
Los bosques de la Alhambra
En donde cantan las aves y guiñan verdes espejos,
suben los viejos gigantes, guardianes de los silencios,
desnudos entre malezas, vestidos solo del tiempo,
se amurallan de la luz, con esmeraldas en los pechos,
bosques de manjares rotos, cálices del entresueño,
duermen aires de grandeza y delirios de un destierro.