Unos días después de morir mi madre, miraba sus cosas y encontré una caja llena de botones. Me pareció extraño y gracioso que alguien guardara tantos botones en una caja metálica, de aquellas del Cola Cao; no me explicaba el por qué de guardar tantos botones. Entonces, hurgando en la caja, reparé en un botón de los que tenía en mi baby azul del colegio. Entonces tendría unos 7 años. Me vinieron infinidad de recueros de mi infancia en la Primaria . Recordé a muchos de los maestros que tuve, que dejaron una huella en mí y me entró la nostalgia de aquella época, en la que era feliz y recordé el olor a mi madre y a mi padre, cuando por los miedos infantiles me metían en su cama. Mi primera comunión, con churros y chocolate, y mis respuestas a quien me preguntaba como tenía ese día el alma… y yo decía “mi alma está limpia”. Imagínense un chaval de siete años con al alma sucia.

Me hizo recordar este botón el olor a los pupitres, a la goma de borrar, al polvo de la tiza, lo torpe que era en el deporte, y los nervios que me entraron cuando me eligieron delegado de la clase. Otro botón, era del suéter de mi madre cuando cayó enferma y la ingresaron en el hospital, del que ya no salió. Recuerdo que la besé después de morir infinidad de veces, estaba guapa, muy guapa, ella siempre lo fue, con un pelo blanco, que parecía de plata. Mis hermanas y yo, estuvimos en su cama hasta que murió a los 36 días de ingresar, con una enfermedad que era irreversible. Saqué los botones y los estuve mirando uno por uno, y muchos me hicieron retroceder a mi infancia y juventud, recreándome en aquellos recuerdos. También cuando murió mi padre, heredé una caja de herramientas y un vaso de aluminio grueso, en el que él bebía agua, y cuando lo tuve en mis manos lo besé recordándolo, porque fue un buen padre, lleno de humanidad como mi madre y ambos tolerantes, aunque no se casaban con la injusticia. Ese vaso lo he venido utilizando desde entonces, al comprobar que el agua en él, sabía mejor.
Así, que entre la caja de botones, las herramientas y el vaso, volví a revivir los recuerdos más queridos de mi infancia y juventud, aún incluso de casado. Y es que éstos, para mí, han sido y son, los “Sacramentos de la Vida”, los auténticos sacramentos que te conectan con lo trascendente, lo mismo que los pajarillos de mi patio, con los que disfruto de una manera indecible y que me transmiten algo que muchas cosas no me pueden transmitir. Para mí estos pajarillos son algo sagrado, pues están imbuidos de una vida que el Creador ha depositado en ellos.
Días atrás, decía a mi hijo que los años vividos, te hacen más cauto (no más cobarde), más sensible, más tolerante, en definitiva, mejor ser humano, pero por desgracia no todo el mundo tiene la inmensa suerte de llegar a ésto, a las vivencias con uno mismo, porque muchas personas no buscan esas vivencias, no han podido o sabido encontrarse con ellas. No todo el mundo y no sé por qué, tiene estas experiencias íntimas, que a mí me hacen renacer cada día a pesar de todo lo malo que existe.
Y es que los “Sacramentos de la Vida”, no están exclusivamente en los que ofrece la Iglesia, porque el Sacramento, es un símbolo o un signo que es capaz de hacerte trascender, de comprometerte, de hacerte repreguntar qué es la vida que estamos viviendo y qué podemos hacer para mejorarla, para mejorarnos como personas, para ser hermanos de nuestros hermanos… con hechos, no con palabras.
Esto me lleva a la amistad, al amor, a pensar que cuando un amigo, un ser querido se va, quedo enriquecido con su recuerdo, me quedo con los mejores momentos, intento no dejar sitio a la tristeza. Los echo de menos pero estoy lleno de ellos, de su recuerdo. Pobre de mí si sólo me quedara con el dolor.
Ahora entraremos en unas fechas entrañables…. No estaría de más el buscarnos a nosotros mismos sin prisa, serenamente, en una sociedad en una España que está pasando lo suyo.
Pensemos en Noche Buena, cuántas familias se quedarán sin comer. Eso tendría que hacernos más sensibles hacia el hermano.