Hay muchas maneras de agredir a las personas y no necesariamente empleando la fuerza física.

Cuando soltamos una palabra a la ligera, sin pensar en las consecuencias que pueda ocasionar a los demás, demostramos lo irresponsables que somos en ese instante.
Una palabra puede hundir o levantar a alguien en un momento determinado. Por tanto, no debemos olvidar que “somos esclavos de nuestras palabras”, pues no podemos sino arrepentirnos de lo dicho y pedir perdón, pero la herida está hecha, y nos recordará algo desagradable que nos llenó de dolor.
¿Por qué no somos inteligentes y utilizamos las palabras para crear “vida” a nuestro alrededor, y no tristeza, sufrimiento y muerte en nuestras relaciones?
El ser humano ha nacido para amar y ser amado, no para hacer daño, pues proyectamos cada uno lo que somos.
El sentirnos amados y que le importamos a alguien es lo que nos da la felicidad.
Una actitud positiva ante la vida, nos abrirá muchas puertas, al tiempo que suscitará algún tipo de reflexión a los demás, la mayoría de las veces agradable.
¿Cuántas veces le hemos dicho a nuestra pareja, a nuestros hijos, a nuestros amigos/as lo mucho que los queremos? ¿Acaso nos da vergüenza mirarlos a la cara y decir: “Te quiero”? Sin embargo, no nos importa hacerles daño con nuestros “prontos”.
Si los padres, con lo que queremos a nuestros hijos, fuésemos conscientes del daño que les hacemos cuando decimos “eres un inútil, no sé cómo te he tenido, tú no eres como tu hermano/a, etc”, no haríamos este tipo de comentarios.
A veces, lo que es una tontería para nosotros, es algo importantísimo para ellos.
No perdamos la oportunidad de decirles hoy a las personas que nos rodean lo mucho que las queremos y lo que significan para nosotros, antes de que sea demasiado tarde.

Palabra en mano – Foto: Marinozeta (Licencia CC)