Quedó dormida, retenida, temblorosa,
sabiendo que sería el preludio
de grandes bocanadas de tristezas.

Tras ella, vendrían otras y otras, hasta
que el dolor cesara, comprendiendo,
que el dolor del alma suele ser provocado
por una herida difícil de curar.

Quiso no ser la primera; reprimió
su salida, esperando a “un te quiero”,
soportando a “un no puedo”, avistando
un “te olvido”, provocando un “sin ti, me muero”…
Pero su destino era ser la primera.

Se sentía forzada y empujada por sus hermanas,
además del nudo de amargura formado
en la garganta, era parte del pistoletazo de salida
de una carrera frenética y sin control.

Pensó en esos instantes: -“Si salgo ¡ay si salgo!
esta criatura no podrá nunca parar.”

Empujada por un infinito silencio, salió
despedida, comenzó su camino deslizándose
lentamente, destinada a ser secada por un pañuelo,
absorbida por la cruel celulosa industrial, o apartada
por una mano temblorosa y sacudida al infinito.

Aquella salina gota, aquella esfera hija
de un suspiro, apátrida de la derrota, amiga
de la infinita tristeza, aquella lágrima, murió
en el olvido, pues tras ella, emergieron su camino
muchas otras y tras estas otras… muchas más.

Aquella que murió en el olvido