A todos nos gusta opinar. Quién diga lo contrario, probablemente mienta. Otra cosa es tener pudor de hacerlo en público, ante amigos, ante desconocidos, o en algún medio de comunicación, o no tenerlo, bien porque uno se siente seguro y cómodo con lo que dice, porque se desahoga al hacerlo, o porque poco le importe lo que los demás piensen de su discurso, haya sido contrastada con la realidad, o no, la información que contiene la opinión. Pero, lo cierto es que, aunque uno no lo desee, ante cualquier hecho o comentario, sea o no relevante en su vida, cada persona tiende a reflexionar sobre lo sucedido. Habrá excepciones, pero a esos individuos no los llamaremos personas (si quieren sólo seres humanos).

Últimamente, con los tiempos tan convulsos que vivimos y gracias a los adelantos técnicos que nos rodean, es fácil dar una opinión en público y, esa misma facilidad, provoca que, en muchas ocasiones, dicha opinión se base en algún tipo de información que no ha sido contrastada, ni por quién primeramente la aportó (bien por comodidad o por poca profesionalidad, bien por insana intencionalidad), ni por quién opina a partir de ella.

Llama la atención que los tenidos por profesionales de la información, en su mayoría periodistas en ejercicio (aunque no todos tengan titulación universitaria que los avale) o personas de profunda formación en diversas disciplinas, sean los primeros que caigan en gran número de ocasiones en la dejadez o, como dije, en la mala intención, de opinar basados en una información, si no falsa, al menos, no contrastada. De los políticos no hablaremos (“donde dije digo, digo diego”, y como si tal cosa), no se merecen más líneas en este artículo.

Igualmente, el resto de los mortales, solemos opinar sobre problemas, por poner algunos ejemplos, más generales, como la crisis, la banca o la energía nuclear, o más particulares como el Campus Tecnológico, Santana o el Puerto Seco, muchas veces sin haber adquirido la información contrastada que lo haga, no sólo posible, sino honesto. Es curioso encontrase con personas que opinan sobre libros, o artículos, que ni siquiera han leído, o sobre personajes que no conocen personalmente, tal vez para congratularse con quienes le escuchan.

Pero, creo que lo más pernicioso de todo es opinar en función de criterios ideológicos(políticos, religiosos, económicos…) o partidistas, manipular y utilizar la información adrede para dar opiniones que pretenden dirigir la mente de los interlocutores a lugares concretos, cercanos al adoctrinamiento. Ejemplos los tenemos a diario: Lean la misma noticia en diversos medios escritos (en papel u online, no digamos en las redes sociales), escúchenla en distintas emisoras de radio o mírenla en diferentes cadenas de TV.

Deslíguense por un momento de los prejuicios de no ver “Intereconomía” o de no ver “La Sexta”, de no leer “Público” o de no leer “La Razón” y después reflexionen y opinen, porque el objetivo de este escrito no es acabar con las opiniones de cada cual, sino provocar la reflexión para que aquéllas se emitan con criterios lo más veraces posibles. Considero que así, podremos llegar casi todos a entendernos mejor y a exigir responsabilidades del camino cuesta abajo que ha emprendido esta sociedad (es mi opinión), a quienes las tengan.