No nos engañemos, atravesamos momentos de crisis muy arduos: Sabemos que la mala gestión y el despilfarro económico del anterior gobierno, con la colaboración de muchos estamentos sociales, no lo va a resolver el actual, por más que lo haya prometido en campaña, ni a corto ni a medio plazo, veremos a largo. No ignoramos que, en el mejor de los casos nos van a seguir recortando el sueldo, en el peor nos despedirán del trabajo con una insignificante indemnización, que los impuestos directos e indirectos nos van a asfixiar, que los bancos nos sangrarán, ellos nunca pierden, subiendo las hipotecas, dificultando los créditos, cuando ellos los dieron en su momento a personas insolventes, que la Sanidad, la Justicia, la Educación, la Seguridad Ciudadana y otros servicios menores van a sufrir importantes mermas. Además, se percibe que no hay quién pueda hacer nada, a penas tímidas protestas testimoniales, por cubrir el expediente (sindicatos, oposición, partidos políticos, sistema judicial, medios de comunicación, asociaciones…) porque conocen de la gravedad del asunto, en parte por haber sido artífices de ella; los más extremistas seguirán ejerciendo su derecho al pataleo, incluso habrá amagos de desestabilización del sistema (¿Valencia?), sólo para guardar las apariencias, nada parecido a la lección de democracia que nos ha dado, a los que hemos podido o querido informarnos, Islandia o al ejemplo de vandalismo ofrecido en Grecia para nada, sin depurar responsabilidades en su propio país, pues al final van a pasar por el aro de la Unión alemana, digo Europea. Ante este desolador panorama, advirtiendo que siempre habrá una clase privilegiada que se beneficiará de esta situación, que nadie se va a responsabilizar de lo mal hecho, ni de la corrupción, ¿qué opción nos queda si no la de desarrollar el sentido del humor? Lo primero es aprender a reírse de uno mismo, de las situaciones más o menos cómicas en las que uno pueda estar inmerso al cabo del día, de lo ridículo que se siente en una protesta, en una manifestación, criticando en las redes sociales o escribiendo artículos inútiles, como este. Después vendrá el uso de la ambigüedad de significados de las palabras, de la exageración de lo sucedido, de la ironía, de la ridiculización de una situación o de otra persona, de los contextos inapropiados donde desarrollar acciones que causen risa. Más tarde, buscaremos el punto de humor en aquellas situaciones que en principio no lo tienen, incluso en las que aparentemente son hostiles o negativas, no hay velatorio en el que no se cuente un chiste. Sirva de ejemplo el término del discurso de un sindicalista en Madrid el pasado 19 de febrero, con motivo de la marcha en contra de la reforma laboral: ¡Ahora, a tomar cervezas y a vivir. Salud compañeros y compañeras!, el humor estaría en las preguntas: ¿”Salud” como eslogan de la Izquierda o para qué le sentaran bien las cervezas a los presentes? ¿Es políticamente correcto incitar a la bebida a tanto ciudadano indignado? Etc. Piense en las frases de políticos, banqueros, jueces, etc. y sáquele su humor, verá qué divertido.

El mundo que nos ha tocado vivir. Foto: Jordi Casasempere