Nada existe tan complejo en esta vida como las relaciones personales y la forma que tenemos de ver a los demás. Hay muchos fabulistas que en sus pequeños cuentos retratan las transformaciones de este mundo, ofreciéndonos una auténtica lección de moral y comportamiento ético de incuestionable valor. Y eso desde la era de Pericles, sigue siendo válido hoy; porque las formas de expresarse pueden cambiar, pero las esencias de la palabra nunca. Personalmente me quedo con Esopo, Cicerón, Séneca y con el jesuita Anthony de Mello; los tres primeros desde un plano humanizante tan real como la vida misma. El último también de corte realista, por su experiencia de vida en la India, su país natal, pero impregnado de corolarios, de conclusiones, con un sentido más espiritual. ¡Ay!… Me he columpiado, porque no me he dado cuenta de que hablar de moralidad, comportamientos éticos y espiritualidad, no está bien visto por muchos actualmente. Personas que no han sabido cortar el cordón umbilical con “lo establecido”, en cualquier plano humano: social, político, religioso, de relaciones personales… Algunos que jamás se han cuestionado el sistema de educación que les dieron en sus casas, la formación en algunas escuelas que no se atreven a cuestionar ( y meter en cuarentena su vida) incluso a enfrentarse con sus miedos más íntimos, para hacerse una catarsis, cuyo resultado final sea hacer su vida mejor, sacarle más partido desde la opción humana de servir a los demás, de estar para su prójimo. Hemos banalizado este mundo, y lo peor es que somos conscientes de ello, sin hacer nada para cambiarlo, disfrutando en el cenagal de nuestra morbosidad.
Hoy mismo veía un correo electrónico acerca de unos chistes del gran “Quino”, en el que se hablaba en sucesivas viñetas de la educación de nuestros hijos que encaran el S.XXI. La pregunta que me asaltó casi instantáneamente al ver la primera viñeta fue: ¿Hacia dónde nos dirigimos en esta era de progreso material? ¿ Por qué nos dedicamos a pensar y luego no actuamos? ¿Por qué actuamos sin pensar? ¿Por qué vamos siempre a toda velocidad sin rumbo a ningún sitio? Preocupante para todos y cada uno de nosotros. ¿Es que lo más importante es el tener? Pues miren que sí, que lo más importante es tener (se entiende robando) para luego ser el más rico del cementerio.

Algunas de estas viñetas de Quino como ejemplo: (Un padre, explicándole a su tierno infante, el sentido y las cosas de la vida, vamos, educando a su hijo).
Un cochazo deportivo significa: ¡piernas de titi maciza!
Un ordenador: cerebro humano
Un teléfono móvil: “contacto humano”
Un billete de dólar o euro : ¡Dios!, ¡Es Dios!
Una película porno: ¡Cultura sexual!

La formación para las relaciones personales, yo al menos las veo desde tres estadíos:
El primero y primordial, es la correlación entre hijos y padres. En este campo, serán fundamentales los flujos que los progenitores transmitan a sus hijos puestos en clave de escala de valores humanos y si se es creyente, por supuesto también desde esta óptica.
Creo que los padres han de ser comprensivos con los hijos, pero al tiempo, firmes en sus decisiones. La jerarquía ha de estar siempre presente, bien determinada, para que nunca se confundan las relaciones de convivencia, siempre que los ejemplos ante los hijos sean edificantes. Otra cuestión son los peligros de la calle, de amistades, que pueden hacer daño a todo el proceso educativo familiar. Además es necesario tener presente que el niño/a, ha de ir “pulido” a la escuela, porque los docentes están para enseñar y educar en valores de convivencia y nada más. No se puede dejar en manos de estos últimos de forma absoluta, la tremenda responsabilidad que conlleva una educación que es competencia exclusiva de los padres, porque si no, los progenitores caerían en una dejación de funciones. Ya en una época adulta y madura los hijos pueden y deben tomar parte en las decisiones familiares. Pero si el ambiente familiar no es el de una familia equilibrada, entonces….¿quién educa a los padres?.

El segundo estadío es la relación interpersonal entre adultos. Hay personas que siempre han intentado formarse, tanto cultural como humanamente y otras no. Una cosa es tener conocimientos de algo (tener una carrera) que no significa necesariamente ser una persona formada. Porque si se da el caso exclusivamente de lo primero, creyendo que tener conocimientos en determinadas materias, es válido para establecer una relación personal en un plano de igualdad, creo que nos equivocamos. Porque la gente formada, se humaniza, se espiritualiza, es capaz de tener y mantener con otra una relación transcendente, sincera y auténtica, transparente, en un mundo donde lo oculto, las barreras personales, los arcanos del entendimiento, hacen agua por los cuatro costados. Exigimos a los demás lo que nosotros mismos no somos capaces de ofrecer y claro, ahí viene el conflicto.
Y el tercero es la relación generacional con nuestros mayores, a los que la mayoría de las familias han anulado, haciéndolos sentir unos inútiles y creándoles la mala conciencia de que ya estorban, que sus opiniones no valen para nada. Viene a mi mente ahora aquel dicho popular que reza : “Si el viejo pudiera. Si el joven supiera”. Yo he tenido la suerte en la vida de tener una amplia familia, que ha sabido y sobre todo querido respetar a sus mayores, haciendo que participen en las decisiones familiares y sobre todo bebiendo, alimentándonos de esa senectud de esa vejez, porque nunca nos han estorbado, han sido referencia de libro en nuestros hogares y murieron en ellos, rodeados de amor.

 

La experiencia olvidada. Alcoy, 2006 - Jordi Casasempere