Para mí, estas fechas navideñas son importantes, muy importantes, porque criado y educado en una sociedad occidental, cuyo fundamento creyente es el cristianismo y por ende el catolicismo, estos días, se convierten en la base del exponente máximo del credo, que nos hace llegar a muchos al gran misterio de la Natividad de Jesús, que acaso permitiría sacar al mundo de creencias politeístas y monoteísmos excluyentes inhumanos, para aterrizar en un abrazo mutuo entre toda humanidad tan necesitada de valores morales y humanos. Por ello, en mis cuestionamientos, en mis diatribas, mis luchas internas, de las que sólo sabe mi corazón, a pesar de todo, me siento feliz de tener una creencia consciente y consecuente, la creencia en Jesús como referente de mi vida. Pero no un credo al que agarrarme en las muchas pérdidas de mi camino en esta vida, que también, sino fundamentalmente, en lo que esta creencia me exige en el comportamiento como hermano hacia mi prójimo, porque estoy convencido de que a Dios, a la Verdad, sólo se puede llegar por el sendero de mis hermanos universales, sean o profesen la religión que quieran, tengan los pensamientos respecto de la vida que tengan. Me siento ciudadano del mundo y de la vida, por tanto, no tengo un sentido excluyente de la religión, de ninguna religión, de ninguna postura frente al acontecer diario. Lo que ocurre, es que las posturas y las posiciones frente al mundo, necesariamente se convierten en actitudes, en obras frente al mismo y ahí es donde nos podemos equivocar y hacer daño a los demás. Pero para ello está nuestra conciencia, para rectificar, a no ser que la tengamos adormecida exprofeso, intencionadamente. De nada servirían nuestras creencias si no practicásemos la tolerancia con los demás, el entendimiento con los demás, derivadas todas ellas de nuestros ideales para con la humanidad, ideales que son la sublimación, el engrandecimiento de una idea, de un pensamiento, que no de una ideología. Es decir ideas y pensamientos encaminados a nuestro bien y al ajeno. Ahora se viven momentos, situaciones, días entrañables con la familia, con quienes queremos. Y haríamos un ejercicio de autenticidad si analizásemos esta felicidad a la que tenemos derecho, si es real o ficticia; es auténtica o impostada, adquirida por “mor” de nuestras tradiciones sólo para esos días. Porque si importantes fueron el Nacimiento de Jesús y su Epifanía, esto es, su presentación pública ante los pastores y los Magos, después de su nacimiento, lo que marcó de forma indiscutible a la sociedad creyente en Él, fue su testimonio de vida. Su palabra y su obra; su amor a los suyos y a las suyas en aquél tiempo; y digo “suyas”, porque Él estuvo rodeado de muchísimas mujeres, frente a la interpretación “misógina” ( la anulación o el rechazo a la mujer) que se nos ha impuesto por parte de los que siempre han regido los destinos de ésta Iglesia (sólo hombres). Jesús no imponía, proponía, para el que tuviese oídos que oyese. Se nos ha imbuido, infundido, llenado a rebosar, de milagros en la vida de Jesús (consiguiendo una religión en su mayoría milagrera) cuando se nos tenía más bien que haber centrado en lo que Él quería para nosotros la humanidad, Su humanidad; hermanos Suyos, hijos del Padre; que fuésemos justos, solidarios, que tuviésemos fe, que supiésemos esperar….y sobre todo que fuésemos capaces de amar a nuestros semejantes; no con ocasionales actos de “caridad” para tranquilizar y sentirnos bien con nuestra conciencia, sino en un continuo y permanente compartir. En ser servidores conscientes y consecuentes con nuestra fe, con nuestras creencias, con nuestro modo de ser (todo igual de válido). Ahí está nuestra verdadera libertad y crecimiento personal , espiritual. Porque no en vano alguien, quizá tan comprometido y consecuente con el ser humano, como fue San Juan de la Cruz, afirmase: “ Navidad, es cualquier día del año en que un ser humano, se acerca a otro ser humano, para llamarle Hermano y lo trata como Hermano”.
Ante el desaforo consumista en que hemos convertido la Navidad, para mí, estos días son iguales que los del resto de año, porque siempre encontraremos con alguien que sufra y nos necesite.

Navidad en las 8 puertas. Foto: Jordi Casasempere