Hemos elegido la cultura del pasatiempo y de la intranscendencia, que nos tiene uniformados y adocenados a la mayoría. Y sin embargo existen destellos de belleza y mística liberadora, que jalonan las mejores páginas de la historia humana. Y aquí va un ejemplo de lo segundo. Un violinista en el metro de Nueva York, estaba tocando a Johan Sebastian Bach. La gente pasaba sin hacerle caso; estuvo tocando por espacio de una hora. Nadie se paraba, hasta que un anciano se paró frente a él y lo escuchó varios minutos, dejándole un dólar en el sombrero. La gente seguía pasando ignorándolo por completo. Algunos se pararon lo justo para dejarle una moneda. Un niño de cuatro años, de la mano de su madre se paró ante él; la madre sujetaba al crío, tenía prisa y el angelito cogió una rabieta monumental cuando la madre de un tirón lo arrancó de delante del hombre, impidiéndole gozar de la música. El violinista recogió sus cosas y se fue; durante una hora pasó inadvertido ante miles de personas. El músico, era Joshua Bell, uno de los mejores violinistas del mundo. El Washington Post, le había propuesto esta actuación en el metro, para hacer un estudio sociológico del comportamiento humano. Se da la paradoja de que a la semana siguiente, Bell, actuaba en un prestigioso auditorio de la ciudad y la entrada era de 100 dólares. El teatro se llenó. ¿Qué hace que un niño de tan sólo cuatro años, reparase en el músico y los adultos lo ignoraran? ¿Cuál es la causa de que lo bello, pase inadvertido para tanta gente y lo nimio y lo trivial se convierta en foco de su atención? Es que ya hemos dejado de creer en la utopía, aunque ésta aún es posible realizarla; aún es posible un proyecto personal y social de vida, que nos haga crecer como seres humanos, que fortalezca nuestro espíritu. Vivimos en un mundo en el que no tenemos tiempo para nada, solemos decir. Pero sin embargo, no son tantas nuestras ocupaciones. Nos quedamos embobados ante la caja tonta, viendo los bodrios televisivos, criticando a los personajes, comparándonos con ellos, sintiéndonos mejores personas que ellos… Ya hemos conseguido tener a una “princesa del pueblo”, podemos darnos por satisfechos. Hoy hablar de proyectos de futuro, de la realización de las utopías, no tiene sentido porque hemos nacido para consumir exclusivamente. “Consumo, luego existo”, porque nuestro ídolo es el consumo. Vivimos alienados, drogados por lo que nos entra por los ojos. No somos capaces de mirar a nuestro interior y armonizarnos con nosotros mismos. No nos importan las miserias del mundo, la gente que sufre, física y moralmente… Vemos a una parte importante de la humanidad, del tercer mundo, crucificada, y nosotros y nuestra sociedad no va en su ayuda. Nos sentimos mejores que los demás en un mundo donde el rumbo se ha perdido y lo que es peor, se lo estamos haciendo perder a nuestros hijos. Pero insisto, aún es posible la utopía, porque aún con nuestros fallos morales es posible la paz, es posible la esperanza. Al rio, no se le puede empujar y su agua, no pasa dos veces por el mismo sitio. Un prisionero de un campo de concentración nazi, fue a visitar a un amigo que estuvo con él compartiendo tan amarga experiencia de vida. ¿Has olvidado ya a los nazis?, preguntó el visitante. Sí, ¿y tú? No, yo sigo odiándolos con toda mi alma. Pues entonces, dijo el amigo: todavía te tienen prisionero. Y es que nuestros enemigos no son los que nos odian, sino aquellos a quienes nosotros odiamos. Mal vamos si no empezamos a caminar hacia la Utopía.

Tren a la utopía. Foto: Jordi Casasempere