La sala de actos abría sus puertas aquella fría tarde del 10 de diciembre para celebrar el Día de los Derechos Humanos. Cada año era más difícil conseguir una mayor afluencia y participación entre las personas que formaban parte de la Asamblea.
– Son tiempos complicados- se decía entre sí Mercedes, la mujer que durante años se encargaba de organizar el evento. Para ella este era un día que se debía dedicar a la reflexión con y desde la comunidad para fortalecer la conciencia social y de esa manera establecer criterios y acciones en pro de esos derechos.
– No basta la conciencia individual- no basta, decía para sus adentros mientras colocaba en cada silla un pequeño cuaderno que ella misma había editado con gran cariño y que contenían los artículos de los Derechos Humanos. La frase era de su abuela. No pudo evitar recordarla y echarla de menos…”no basta la conciencia individual Mercedes, niña mía”. Su abuela le recordaba en esa tarde que no importaba cuántas personas acudieran a la Asamblea. Dos personas, tres, son dos conciencias, tres…y que el destello de conocimiento de esas personas, podía tener tanta fuerza como una milicia.
Después de colocar los cuadernos en la silla, se asomó a la puerta de la calle para dar la bienvenida a las compañeras y compañeros que no tardarían en llegar, pues ya se acercaba la hora de comenzar. Repasó mentalmente los artículos que quería exponer para el debate y se sintió apesadumbrada, decaída y extremadamente sensible al tema principal del debate.
– Estamos a finales de año y sentimos el duro golpe “Hay golpes en la vida, como si del odio de dios se tratara” de todo un año, mes tras mes, sumando mujeres caídas en manos asesinas, restando vidas, nos falta Isabel, Juana, Aurora, Mari Nieves, nos faltan…en qué hemos fallado, en qué estamos fallando para que este río de desgracias cese su caudal- decía para sus adentros.
– Buenas tardes-¿ es usted Mercedes?
– Buenas, sí, soy yo-dígame.
– Venía a la Asamblea sobre Derechos Humanos-. Mi nombre es Antonio.
– Bienvenido Antonio, mucho gusto, pase y tome asiento por favor. No tardaremos en comenzar.
Al poco llegaron algunas compañeras y compañeros y tras los saludos y las presentaciones de las personas que asistían por vez primera al acto, Mercedes les invitó amablemente a tomar asiento para comenzar la exposición del tema a tratar.
– Espero que a lo largo de esta charla-coloquio podamos ahondar un poco más en nuestras conciencias y hagamos posible todo cuanto esté en nuestras manos para proyectar la esperanza de que es posible traspasar la injusticia, el crimen, el acoso, y todas aquellas vivencias terribles que están sufriendo las mujeres a causa del machismo. Me gustaría centrarme en nuestro país, en nuestra ciudad.
– Como bien sabemos, los Derechos Humanos sin conciencia social son comparables al eco que se repite inútilmente. La conciencia nos ha de llevar al conocimiento de cómo se han de preservar la dignidad, la justicia, la igualdad y todos los valores y principios que las personas han establecido para lograr la experiencia fraternal de la humanidad.
Mercedes abrió el cuaderno que había en la mesa e invitó a la Asamblea a que se leyeran en voz alta los artículos 3, 5 y 12.
“Artículo 3: Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.
Artículo 5: Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes
Artículo 12: Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques”.
– El motivo de escoger estos artículos para la charla de esta tarde, no es otro que la necesidad de hacer énfasis en los derechos a la protección del individuo tanto en el ámbito personal como social. Quiero detenerme un segundo en la palabra “individuo”. Este nombre hace referencia a que no puede ser dividido y también describe a cada uno de los seres organizados de una especie, con respecto a la especie a la que pertenece.
– ¿Es la mujer un individuo? Porque si es así, está completamente fuera de los artículos, desamparada de los Derechos Humanos.
– ¿Por qué digo esto? Estoy segura de que ya sabéis por dónde voy. Nos encontramos a finales de año y faltan 60, 63, 65 mujeres. ¿Seguimos sumando muertes? ¿Por qué no restar? Nos faltan esas personas con sus nombres, sus ilusiones, sus proyectos y ya no están. Han sido asesinadas. Tengo que hablar en nombre de ellas y para ello tengo que decir algo sobre los individuos que se encargan de hacer suyos los derechos a dar muerte a las mujeres. Como no tengo más herramienta que la palabra y quiero hacer uso de ella de la manera más honesta, os describo lo que pienso acerca de nuestra sociedad conducida por el gobierno de los hombres.
– Hablaré de tres máscaras de género masculino.
– Una es la máscara del hombre moderno que necesita a su lado una mujer moderna, para no llevar él solo el compás complejo de nuestra sociedad. Se exaltan los valores de la mujer, se la anima, se la sube a un pedestal, se proclama su valía porque esto es lo que el hombre hace de sí mismo. Es una cara apacible, comprensiva, generosa y feliz de tener a su lado un cuentapasos.
Me refiero al grupo de hombres con incidencia en la vida pública, que abanderan la valía de la mujer para su propio beneficio.
– Otra máscara es la que frena a la mujer su alcance y participación en la sociedad como ser independiente. La maternidad aparece como la mayor de las virtudes y la mujer ha de santificar éste hecho natural por encima de otras elecciones. Dedicada a llevar esta labor en la más absoluta de las soledades, la mujer cría a sus hijos bajo la revisión del hombre que puntuará ésta labor según sus criterios. Si el resultado de la crianza da buenos resultados, el hombre se asigna el mérito, si por el contrario aparecen problemas, la mujer es un blanco perfecto para reducirla a un ser inútil. Esta máscara que por un lado santifica el hogar y por otro se mantiene al margen de la crianza, es la cara del monarca déspota que juega con la reina de su casa a las casitas. Si la mujer decide llevar adelante la vida doméstica y la vida laboral, sabe que tiene que multiplicarse por dos, y se multiplica. El hombre conoce, desde los tiempos remotos, que la mujer puede con todo y con más; sólo con creer en el hombre despliega toda su energía en sacar las castañas del fuego, aunque se queme las manos. De la tercera máscara hablaré más adelante.
– Expreso con sentido crítico, que actualmente los poderes fácticos de la sociedad no valoran en absoluto a la mujer, más bien la han puesto de moda. Cuando digo sociedad me refiero a la nuestra, y creo que los medios de comunicación son los primeros en apuntar hacia esta dirección. En estos medios no se habla de la mujer común, porque a ésta nadie la representa; a menos que dé un salto cualitativo en el orden social, entonces ya es una mujer de la cual se puede hablar. No hay que olvidar el clasismo. En todo este asunto yace una idea irónica, paradójica y disparatada: la mujer ha de evolucionar. Y siendo natural que nos afecten los mensajes de nuestro tiempo, es lógico que la mujer sienta que tiene que hacerlo. Y hasta puede sentirse presionada a ello. Nadie conoce la autoría de este mensaje, pero suena en nuestra sociedad como un eco; no se sabe quién lo dice, pero se dice y yo me pregunto: ¿Acaso no atenta contra la teoría de la evolución pretender que de una especie sólo necesite evolucionar la hembra?
– Estoy convencida de que hubo un momento en la historia de la humanidad, el cual me perdí, donde el hombre cercó un trozo de tierra, acordó consigo mismo que le pertenecía, y le pilló a la mujer dentro de esa propiedad. Al no hacer escrituras sobre la finca, todo lo que había dentro de ella era para su disfrute. Tras el éxito de la jugada, intentó quedarse con la propiedad intelectual de la mujer, como derecho de autor. Así la mujer sólo podría pensar, crear, idear, expresar, avanzar con el permiso del autor. Más adelante, las leyes se encargaron de convertir este hecho en Derecho. Evidentemente yo no estaba allí, pero como mujer siento ese cerco, no ya de un hombre, sino de la sociedad entera, que legitima el derecho de aquel hombre que valló su finca con la mujer dentro. Es preciso acallar los cantos de sirena que anuncian a la mujer como un ser acabado de descubrir. La mujer no es un yacimiento, ni una pintura rupestre, ni tampoco un objeto del universo. Es la hembra de la especie humana, con todo el significado que conllevan las palabras especie y hembra. A menos que esta sociedad, conducida por los hombres, pretenda que la mujer no sea especie, ni hembra, ni persona.
– La tercera es la máscara del monstruo que siembra terror, muerte y destrucción. Este es un momento de la historia de la humanidad en el cual no me gustaría estar y estoy. Una sociedad donde el hombre es capaz de arruinar, destruir, aniquilar a la mujer que es parte de su hacienda. Asistimos como testigos mudos a esta guerra fría que la máscara monstruosa cierne sobre la mujer, sin que ésta guerra tenga un soporte de justicia para la víctima. Es decir, que hay un frente de hombres enemigos de las mujeres que se burlan de la ley, que pasean su maldad por las calles y que únicamente son reos de justicia cuando les han descubierto su cara inhumana. Los hombres tuercen el derecho cuando no les perjudica a ellos. La cara horripilante del hombre que destruye su hacienda, gira en torno de su víctima como un depredador. Cada mes se suman dos, tres, cinco, hasta que llega diciembre y entre el anuncio de quién va a presentar las campanadas de fin de año, se cuela la noticia del número de mujeres que ya no están entre los vivos. Y los ayuntamientos guardan un minuto de silencio, y sale el número de teléfono que tienes que marcar si la máscara aparece y se pasa a otro asunto… Y pasa la noticia hasta que otro horrible crimen suma una nueva víctima, y se vuelve al minuto de silencio y queda claro que sólo hay uno que sabe sobre el tema: el asesino.
Mercedes respiró hondamente y tomó el cuaderno entre las manos para sosegarse, cuando una mujer intervino dirigiéndose a ella:
– Ya que me han dicho que en este acto se puede participar, me gustaría decir que yo no veo las cosas de la manera que usted dice. A mí me va muy bien en esta sociedad que usted tanto critica. Su charla me ha parecido sólo la opinión de una mujer que tal vez ha tenido mala suerte en la vida. No todos los hombres son como dice. ¿Está usted casada?
Mercedes dejó el cuaderno y con gesto serio respondió:
– Las cosas no se ven si no se piensan. Es el pensar lo que nos hace ver de una manera diferente lo que nos rodea. A usted le va bien y a mí no me va mal. Es la sociedad la que va regular. Posiblemente mejoraría si los hombres dejaran de cercar la finca con la mujer dentro. Estar o no casada, no debe afectar al pensamiento que se tenga de la sociedad.
Al ver que Antonio había pedido la palabra, le cedió el turno.
– Mercedes me gustaría que me dijera si ha pensado alguna vez, porqué la mujer no se salió de la propiedad cuando vio que el hombre la vallaba.
Ella sonrió con cierta reticencia y respondió:
– Sería muy provechoso que la respuesta se la diera usted mismo. Pero ya que me pregunta, le diré que naturalmente he pensado en ello. Se lo diré a modo de resumen: al hombre, como ya dije anteriormente, se le ocurrió cercar un trozo de tierra y consideró que todo aquel cercado era de su propiedad. Mientras el hombre cercaba, la mujer observaba, no lo que hacía el hombre, sino al hombre mismo. Es natural en la mujer admirar al hombre, no por lo que hace, sino por ser hombre, por ser parte de esa unidad natural y biológica de la especie humana. El hombre no tiene en cuenta algo tan obvio, como que la mujer es un ser individual que se complementa con otro individuo porque así lo ha dispuesto la naturaleza. No lo tiene en cuenta o no le interesa reconocerlo. El valor que se confiere el hombre a sí mismo, le guste o no, también lo posee la mujer. Cada uno con sus capacidades, actitudes, habilidades, sueños… encaminados a formar una sociedad de igualdad donde las fuerzas de ambos dieran resultados más beneficiosos para ambos. ¿Qué sentido tiene el esfuerzo de la mujer si el hombre sólo lo aprovecha en pro de sí mismo?
El hombre hizo un gesto con la cabeza dando por válida la respuesta.
La intervención de otra mujer hizo pensar a Mercedes que la charla había despertado un cierto interés en los asistentes.
– Cuando usted se refiere a la cara del monstruo, es obvio que se refiere a los maltratadores. Yo trabajo en un gabinete de psicólogos, llevando a cabo diversas terapias, que ayudan a modificar el comportamiento de aquellos individuos que ejercen violencia y falta de autocontrol hacia su pareja. Mi pregunta es: ¿Ha pensado que detrás de la máscara monstruosa se esconde un hombre con problemas psicológicos?
Mercedes sabía que ésta pregunta llegaría a formularse y estaba preparada para dar una respuesta contundente.
– El hombre, como la mujer, pueden llegar a tener comportamientos desequilibrados, perder las habilidades sociales, perder la autoestima, tener depresión, y lo mismo que padecemos enfermedades físicas, podemos sufrir psicológicas. El perfil del maltratador es imprevisible, sus actos también los son. Tiene la habilidad de mostrar la cara más amable, cuando persigue la aprobación de la sociedad y sacar la del monstruo, cuando se lanza sobre la víctima. Hasta hace poco tiempo, se justificaba al maltratador, por considerar sus acciones como resultado de una desestabilidad emocional, psicológica, o personalidad dependiente (alcoholismo, sustancias tóxicas…). Todo ello puede incidir en su conducta, agravarla, pero no es la causa principal de que acabe con la vida de una mujer. Y no sólo me refiero sólo al acto criminal, sino a la vejación a la cual la somete día tras día, hora tras hora, hasta que, no complaciéndole lo suficiente todo el daño que le ocasiona, lleva a término la última de las acciones: matarla. El trabajo que realizan ustedes con el fin de reestructurar los esquemas mentales de una personalidad castigadora, creo que merece ser elogiado, pues se trata de favorecer la rehabilitación del maltratador y con ello evitar a las víctimas el estado de sufrimiento a que se ven sometidas. ¿El maltratador es un enfermo? Si la respuesta es sí, hemos de reconocer que una parte de la sociedad masculina está enferma y activar todos los dispositivos necesarios, con carácter urgente que nos alerten de las secuelas de esta enfermedad. Si la respuesta es no, entonces se han de crear nuevos cimientos culturales, donde el hombre sea destronado de su despotismo y aprenda a respetar los niveles de igualdad con la mujer. He respondido a su pregunta de la mejor manera que me ha sido posible.
– Me gustaría poder profundizar sobre este asunto más detenidamente en algún otro momento- respondió la mujer.
– Será un placer para nuestra Asamblea contar con todo aquello que nos pueda aportar en cuanto a su experiencia y no dude que nos mantendremos en contacto.- dijo Mercedes.
Al ver que no habían más intervenciones Mercedes dio por terminada la charla, y quedó con los compañeros y compañeras de la Asamblea en reunirse próximamente para llevar a cabo acciones de concienciación en el barrio. Cerró la puerta del Centro lentamente como si aún no se hubiera terminado la jornada, como si aún las palabras estuvieran vivas, tan vivas como el recuerdo de Isabel, Juana, Aurora, Mari Nieves,..
– Esas mujeres amigas, hermanas, madres, que faltan en nuestro país, en nuestra ciudad, en nuestro barrio- se decía- mientras caminaba entre el frío del invierno.
Carmen Sampedro
Linares, diciembre 2011