Tenía 14 años cuando conocí a este hombre ejemplar. Un ser humano y cristiano como pocos, que influyó de una manera decisiva en mi educación, en el amplio sentido de la palabra, no sólo desde el punto de vista docente, sino como segundo padre, junto al penosamente fallecido Aureliano García, porque en realidad tuve la suerte de contar, además de mi padre biológico, con estos dos maestros y amigos, que contribuyeron de forma indeleble  a mi formación. De Estanislao, aprendí, a valorar lo poco que teníamos en aquellos tiempos, durísimos tiempos a mediados de los sesenta, donde todo lo que había en SAFA  para uso escolar, tenía que durar para los alumnos de cursos siguientes, porque sin miseria, todos éramos pobres y la primera, la propia Institución Educativa, cuyos rectores en sus orígenes, los jesuítas, Padres Villoslada y Bermudo junto al sacerdote D. Juan Diego De Dios Barrero, el gran primer artífice de esta Obra en Linares, no tenían inconveniente en presentarse ante el mismísimo Franco para notificarle de vez en cuando, las calamidades económicas que atravesaban las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia y rogarle una ayuda. Dicho y concedido. Y Estanislao, recaló en mi querida SAFA linarense, convirtiéndose en un maestro de taller ejemplar, y por su formación y sus ideas humanas y cristianas de compromiso con los demás, en un modelo de persona a quien imitar. Este hombre, era recto, consagrado a su trabajo, a su mujer Petra y a sus hijos y en la parcela que como adolescente yo podía ver, entregado a sus alumnos y a la Institución SAF A con un cariño hacia nosotros, su alumnado, fuera de toda duda. Teníamos muy frecuentemente conversaciones que para mí, resultaban increíbles.  La base primordial de sus ideas y expresiones, era el Evangelio, un Evangelio por aquel entonces, comprometido con los signos de los tiempos, como él era comprometido. Estanislao, no enseñaba desde el plano moral y ético para hacer valer sus ideas , no imponía sus tesis, porque era consciente o  inconscientemente un anacoreta, un ser realmente austero, del que yo aprendí el sentido de la palabra austeridad, que ha recalado gracias a Dios en nuestros cuatro hijos, incluido el pequeño Buley. Me enseñó el significado de las palabras Fe, Esperanza, Amor (que no “caridad” palabra tan manoseada y vacía cada vez más de contenido). Aprendí de mi maestro, el significado de las palabras Prudencia (sin confundirla con miedo o cobardía) Justicia, Fortaleza, Templanza…  Me enseñó a desvelar la profundidad del Padre Nuestro, cuando decíamos: “venga a nosotros tu Reino” , haciéndome ver y entender que el “Reino de Dios” no es algo que vendrá en el Apocalipsis, al final de los tiempos, sino que el Reino de Dios, es algo que tenemos que construir aquí y ahora entre los seres humanos, entre nuestros hermanos. Porque si no, es vaga la Esperanza en que Dios nos arregle los desaguisados, destrozos y despropósitos que realizamos en vida. Me decía que el odio y la venganza no conducían a nada; que la venganza, junto a estos sentimientos que nos empequeñecían como seres humanos, es un arma de doble filo, un “boomerang” que lanzado contra los demás, se volvía contra nosotros mismos dañándonos de forma irreparable. Me enseñó a mirar a los ojos a los demás, a escuchar, a ser humilde, aunque paralelamente, a ser fuerte y comprometido en mis ideas cuando las expusiese ante los demás con respeto. A ponerme en el lugar del otro para así comprender mejor y crecer juntos (lo que hoy llamamos empatía). Todo esto lo vivía y experimentaba en mi propia casa al ver y escuchar a mis padres, unos padres buenos, entregados a sus hijos y al prójimo (el verdadero valor de la familia). Estanislao, no imponía, sino que proponía, diciendo que nosotros ( yo en mi caso) teníamos que andar el camino solos, que las ideas estaban ya dentro de cada uno y también que sólo nosotros podríamos andar ese camino lleno de hermosas y multicolores rosas que era la vida, pero que no olvidáramos las espinas. Mi maestro Estanislao Fernández Sancho me regaló la cosa más valiosa que alguien pueda acaso recibir: una “brújula” con la que orientarme en los momentos que estaba “perdido”. La semilla fue echada y gracias a Dios y a mi prójimo, he podido recoger la cosecha durante toda mi vida. Que Dios te bendiga Estanislao, a ti y a todos los tuyos.