En esta tarde de noviembre, día de todos nuestros difuntos, vienen a mi mente, una serie de reflexiones sobre el misterio de la vida. Apoyándome en algunos pensamientos de grandes escritores, filósofos, teólogos… una cosa sí que tengo clara, y es que el fenómeno de la muerte, forma parte del misterio de la vida. Pienso que nacemos para vivir, no exclusivamente para morir, porque si no, haremos de esta vida un puro reduccionismo, hacia lo inevitable y por tanto estaremos enterrados ya en ella. El clásico Emanuel Kant, utilizaba el imperativo del verbo “audere” que significa “osar” “atreverse” para decir: “Audi sapere” Esto es, osa a saber, a cuestionar, a tener tu propia mente y no te fíes de lo impuesto por la sociedad, no te fíes de la tradición, de las ideologías, de la religión manejada por los hombres “religiosos”. Porque es necesario utilizar la criba para desechar las imposiciones que contaminan el crecimiento personal y espiritual. Este crecimiento, viene indefectiblemente unido a la gratuidad de nuestras creencias ya que la fe y/o espiritualidad, es un don gratuito, no se adquiere con recetas ni imposiciones. Ergo, se puede ser una persona espiritualista aún sin creer en otra vida, aun desde una óptica no religiosa y no por eso el creyente es mejor ser humano que el que no lo es. Desde una concepción determinista y catastrofista de nuestra existencia, Heideger dijo: “”Alguien nos arrojó aquí para morir” Menuda esperanza. Sin embargo Leonardo Boff sí que nos muestra esa esperanza en su obra “El rostro materno de Dios”, y Pedro Casadáliga dice: “Al final de mi vida, Dios me dirá… ¿Has amado, has vivido, ha sido plena tu vida?. Y yo le enseñaré mi corazón lleno de nombres”. En la misma línea comentaba Antonio Gala, cuando le preguntaron qué le gustaría poner en su tumba cuando muriese. Brevemente dijo: “Murió vivo”. De igual manera, monseñor Oscar Arnulfo Romero dijo en una Eucaristía: “Si me matan, viviré en el pueblo Salvadoreño”. El 24 de marzo de 1980, era asesinado en una Eucaristía en la catedral del Salvador con un disparo en pleno corazón. Como puede verse el mundo está lleno de hombres y mujeres como Fray Juan De Yepes, Teresa de Ávila, Teresa de Calcuta e infinidad de ellos y ellas llenos de fe y esperanza que caminan hacia Dios a través del ser humano. Personalmente no creo en el concepto clásico y escolástico de “salvación”, la salvación eterna después de la muerte, porque aun siendo cristiano y no hace falta poner “apellidos ni etiquetas al cristianismo”, es eso es lo que nos separa a los creyentes en un mismo Dios, el sentirnos mejores que los demás y tener o creer tener la única religión verdadera, “fuera de la cual no hay salvación” ¡Fabricantes de etiquetas que ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el suyo! Creo firmemente que la salvación no es exclusivamente personal, sino comunitaria, y ya el hecho de salvarnos, comienza en este mundo, en el día a día, en sentirnos realizados como seres humanos. Porque Dios no es ese señor mayor con barba y cabello blanco, muy serio y cabreado Él en el momento del Juicio Final. No habrá ningún juez, tan sólo Dios Padre y por extensión también Madre, que lleno de amor nos preguntará: ¿has amado? ¿has vivido de acuerdo con tu conciencia? ¿has sido fiel a ti mismo? Y el juicio, si es que existe, nos lo haremos nosotros mismos. Jesús dice: “Hay muchas moradas en la casa de mi Padre” y muchos que no se sienten religiosos, pero con gran espiritualidad y humanidad quizá tengan un sitio preferente en el Gran Banquete, tal vez mejor que otros que se creen justos, cumplidores de los preceptos y buenos. Enorme daño moral y psicológico se nos hizo a muchos con las penas del purgatorio y del infierno, en lugar de presentarnos a un Dios como Padre que nos ama. Claro, era la forma y aún lo sigue siendo, de tenernos a los creyentes prisioneros de nosotros mismos, sin evolucionar ni en lo personal ni en lo social con continuos tabúes, prohibiciones y dogmas. Mi educación fue jesuítica, y ya en plena madurez de mi vida, tuve la suerte de poder y saber separar el grano de la paja, y por supuesto a pesar de todo, agradezco hoy esa formación que me dieron los jesuitas, que me ha hecho ser como soy, con muchas imperfecciones, pero tranquilo con mi ser, con mi conciencia, porque ésta sí es verdad que nunca engaña.
Una tarde de noviembre

El problema, no es si Dios es un viejo serio y cabreado, el problema es si es justo y haya donde haya justicia hay premio y castigo. El hombre es un ser libre para hacer las cosas bien o hacerlas mal, tiene libre albedrio, no nacen unos seres predestinados para
el bien y otros para el mal. Luego nos encontramos con un Dios infinitamente bueno pero al mismo tiempo infinitamente justo, y es precisamente ahí donde esta la contradicción de nuestra existencia. Dios perdona en su infinita misericordia ¿Pero castiga? en su infinita justicia, así ha de ser, si no no existiría la libertad del hombre, para actuar mal o bien. Dicho esto, creame Sr. Parrilla, que le agradezco sinceramente su artículo, desde mi ignorancia en Filosofía y Teología, de la que veo es Ud., un experto, le agradezco la lección
«….Enorme daño moral y psicológico se nos hizo a muchos con las penas del purgatorio y del infierno, en lugar de presentarnos a un Dios como Padre que nos ama….».
Estoy contigo Juan.
Hermosa reflexión del Sr. parrilla. El amor lo es todo. A ver si se anima y nos sigue deleitando con sus artículos.
Bernardino: ¿por qué debe haber un castigo? y si no lo hay… y si la frustración de haber perdido una oportunidad única e irrrepetible, de haberla mal gastado, de haber sido unos cretinos en vez de amar a todos los que nos rodean, es suficiente castigo, creo que sí.