No voy a repasar todas las teorías sobre arte moderno en el ansia de dar la definición absoluta del arte, me basta autocuestionarme mi posición ante éste para darme cuenta de que esa búsqueda me sobrepasa. Si ni siquiera yo tengo claro lo que significa, menos aun puedo intentar ponerlo en boca de todos.
Y es que al pensar en todo lo que el arte conlleva hoy en día, empiezo a rozar la bipolaridad.
Por un lado, amo el acto creativo, el momento en el que la artista decide plasmar sus ideas o inquietudes en cualquiera de las disciplinas. Un lucha constante entre el artista y el mundo que lo rodea en busca de su propia realización, dando salida a una infinita fuente de sensaciones en la plasmación del “yo”, que nos pone ante un mundo tan rico y diverso como personas hay en él. Y digo bien, “personas” y no artistas, pues todo esto me hace preguntarme si todo el mundo puede ser considerado artista en su infinita capacidad de expresión, ¿Quién dice que no? La verdad es que no consigo encontrar una contestación clara pero les propongo a ustedes que reflexionen sobre ello.
Pero como decía, existe el otro extremo, un espacio reservado al odio, a la repugnancia que me provoca el arte, concretamente, al arte como institución y mercado. Y es que si arriba defendía el acto creativo y la libertad de cada uno de poder convertirse en un artista, ahora me toca hablar de todo aquello que consigue trazarnos los límites. Galeristas y demás que se encargan de decir que y que no es arte, haciendo de éste, al menos actualmente, algo totalmente elitista, en busca de obras y conceptos alejados del público masivo que reporten a sus compradores un mayor renombre dentro grupos ya de por si exclusivos, lo que nos presenta como lógicos los elevados precios que llegan a alcanzar las obras.
Pero tras toda esta dualidad, y ya para terminar, no me queda otra opción que rendirme ante la pasión que me produce y seguir creando.

Álvaro Garrido

Banquero 2. Carboncillo y acrílico sobre papel