El viajero arriba a la ciudad un domingo aún no entrada del todo la tarde. Halla los comercios abiertos, ve personas circulando, pasea por los lugares más emblemáticos y observa que Linares está triste. Sus gentes caminan cabizbajas, las calles, antaño ruidosas por naturaleza, las encuentra apagadas de sonido. Al poco, las luces de Navidad se encienden y lejos de inundarlo todo de mágica nostalgia, aportan un tono opaco y decaído al viandante. El viajero se sorprende porque no hace tanto paseó por esas mismas calles de Linares envueltas de alegría y simpatía, iluminadas por un sol radiante de esperanza. Pero ahora los prejubilados de las ocho puertas no sonríen porque sus hijos sin trabajo no sonríen, los grandes almacenes yacen vacíos, los dependientes de los negocios familiares fuman apostados en la puerta de los mismos, los parados del ERE recapacitan acerca de su situación y se preguntan “hasta cuándo”, inmigrantes subsaharianos asustados buscan una caja de ahorros para dormir; la maldición de la crisis se cierne sobre la ciudad y el viajero contrasta esta sensación con sus amigos y todos parecen estar de acuerdo en una cosa, Linares está triste. Entonces, piensa el caminante que debe hacer algo, que se debe hacer algo para que a su regreso, la ciudad vuelva a ser la que era, pues pronto marchará a la capital del país, donde ha tenido que emigrar en busca de un trabajo digno. Se le ocurre que Linares ha de renacer de sus propias cenizas y piensa que para ello la gente debería empezar por ser más amable y respetuosa con los demás, que las administraciones tendrían que facilitar la ubicación de nuevas empresas y las existentes buscar nuevos mercados y los trabajadores exigir un empleo en lugar de conformarse con la subvención, que los jóvenes aprovecharan su afición a la bebida, perdón, al botellón, para pensar y especular y buscar soluciones para su futuro, que la universidad se reinventara también y en forma de UP (Universidad Popular) ofreciera al ciudadano aquellas enseñanzas que nunca se impartieron o que le fueron amputadas en pos de una Universidad Provincial, que la ciudad vuelva a sonreír y los linarenses a utilizar sus bares y cafeterías como lugares de encuentro para la tertulia, para desarrollar la conciencia crítica que el viajero cree que aquéllos han perdido junto con la alegría. Y pese a todo, se marcha optimista el viajero, no dando nada por perdido, soñando ya desde su auto en un nuevo Linares donde desde el trabajo, el arte y la cultura surjan nuevos proyectos, como el Rincón Minero para departir, como La Casa Pintada para la creatividad, como el joven emprendedor Pedro Pérez, que se arriesga y crea una pequeña empresa en la que trabajarán cuatro o cinco empleados, o como Linares28, un proyecto de prensa digital para desarrollar ideas, palabras y nuevas emociones en nuestra ciudad.

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